
Bienaventurado el hombre que no anda en compañía de malvados, ni se detiene a hablar con pecadores, ni se sienta a conversar con blasfemos. Que, por el contrario, se deleita en la ley del Señor, y día y noche medita en ella. Ese hombre es como un árbol plantado junto a los arroyos: llegado el momento da su fruto, y sus hojas no se marchitan. ¡En todo lo que hace, prospera!
Salmo 1: 1-3
Cuando los niños juegan a «Simón dice», deben seguir los pasos del líder e imitar lo que hace, tal vez saltando en un pie, trotando en el lugar o aplaudiendo. Los niños de todas las edades (y hasta los adultos) suelen jugar una versión más sofisticada de ese juego. A veces los hijos siguen las carreras de sus padres, y tanto los adultos como los niños moldean sus vidas imitando a las personas que admiran.
Las personas que son buenos modelos para seguir pueden brindarnos inspiración y guía, pero el salmista nos advierte que hay ciertas personas a las que no debemos seguir: los inicuos, los pecadores y los burladores o blasfemos. Tales modelos de vida nos alejarán del Señor y de sus caminos.
Sin embargo, a menudo caemos en la tentación. Nos unimos a los burladores para burlarnos de los que no están de acuerdo con nosotros. Escuchamos el consejo tentador de los malvados y es posible que nos encontremos sentados en comunión con aquellos que nos pueden llevar al pecado. En lugar de jugar a «Simón dice» con ellos, debemos deleitarnos en las enseñanzas del Señor y caminar por las sendas de justicia que sus mandamientos nos presentan. Seguimos a nuestro líder y Salvador Jesús, quien se deleitó en la Ley del Señor y se regocijó en hacer la voluntad de su Padre.
La voluntad del Padre era que Jesús, su Hijo obediente e inocente, diera su vida para ganar el perdón de los malvados, los pecadores y los burladores, para todos nosotros. Jesús fue traicionado y entregado en manos de los pecadores, que se burlaron de su afirmación de ser el Cristo y lo desafiaron a salvarse a sí mismo mientras colgaba de la cruz. No obstante, incluso en su sufrimiento, Jesús meditó en las enseñanzas de la Biblia mientras clamaba con palabras de un salmo: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Salmo 22: 1a).
Nuestro Señor inocente tomó sobre sí nuestros pecados de andar en compañía de malvados, de hablar con pecadores y de conversar con blasfemos, sufriendo la pena de muerte que nos merecíamos. «Él mismo llevó en su cuerpo nuestros pecados al madero, para que nosotros, muertos ya al pecado, vivamos para la justicia. Por sus heridas (fuimos) sanados» (1 Pedro 2:24). Por la muerte redentora de Jesús, nuestros pecados son perdonados. Hemos sido resucitados a una nueva vida en Jesús para caminar en sus caminos y deleitarnos en su Palabra.
Jesús, nuestro bendito Salvador, se llamó a sí mismo «la Vid verdadera» (Juan 15: 1a) y se ha convertido para nosotros en un árbol de vida. Como lo prometió, el Espíritu de Dios fluye de nuestros corazones como ríos de agua viva. Por la gracia de Dios producimos el fruto del Espíritu al «vivir según el Espíritu» (Gálatas 5: 25b), prosperando con vidas de amor y servicio hacia los demás. ¡Somos bendecidos para bendecir!
ORACIÓN: Jesús, por tu muerte y resurrección soy bendecido. Ayúdame a ser una bendición para los demás. En tu nombre. Amén.
Dra. Carol Geisler
Para reflexionar:
* ¿Quién ha sido un modelo importante para tu vida y cuál ha sido su mayor impacto?
* ¿De qué manera tu forma de vivir es un modelo para quienes te rodean?
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