Así que ni el que siembra ni el que riega son algo, sino Dios, que da el crecimiento.
1 Corintios 3:7
Algunas personas viven esperando recibir elogios por las cosas buenas que hacen. Lamentablemente, a veces esto logra infiltrarse también en la iglesia. Quizás hayas conocido a personas, ya sean clérigos o laicos, cuya ansia de alabanza pública desvía la atención de Dios y la dirige hacia ellos mismos.
Se me ocurre que si alguna vez hubo alguien que mereciera un desfile de halagos por su trabajo, fue el apóstol Pablo. Pablo fue un obrero incansable del Evangelio, pero en lugar de recibir elogios por sus esfuerzos fue vilipendiado, encadenado, encarcelado e incluso puesto a las puertas de la muerte.
A pesar de todo esto, Pablo mantuvo que Cristo debía ser el centro de todo. No minimizó ni descartó el trabajo realizado por él mismo o por otros en sus viajes misioneros, especialmente en Corinto, pero sí señaló que todos son meramente siervos, obreros a quienes Dios usó para llevar Su mensaje de salvación al mundo.
Del mismo modo, aquellos de nosotros que somos obreros en la iglesia de Cristo, clérigos y laicos, no servimos a Dios para nuestra gloria, ni buscamos llamar la atención sobre nosotros mismos, quitándole el honor a Aquél a quien por derecho se lo debemos: nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
Este tipo de actitud fue lo que Pablo enfrentó en la iglesia de Corinto. Había creyentes allí que no vivían con la mentalidad de Cristo primero y antes de todas las cosas, sino que actuaban como niños, compitiendo entre sí, buscando su propio camino, actuando de manera inmadura. Pablo escribe: «…porque aún son gente carnal. Pues mientras haya entre ustedes celos, contiendas y divisiones, serán gente carnal y vivirán según criterios humanos» (1 Corintios 3:3).
Como parte de sus deberes ministeriales, Pablo se tomó el tiempo para advertir a los cristianos corintios acerca de poner énfasis en el trabajador humano y no en su divino Creador, Salvador y Santificador. Dios es quien proporciona el alimento y el crecimiento. No hay lugar para nuestros egos y nuestro tonto orgullo.
Hacemos bien en prestar atención a estas palabras. Después de todo, somos los destinatarios de la gran gracia de Dios como se nos mostró en la vida de Jesús, su sufrimiento y cruel muerte en la cruz del Calvario. Es por su sacrificio que somos salvos, y es al Señor a quien se le debe toda la gloria.
ORACIÓN: Padre celestial, mantennos firmes en tu Palabra, conscientes de vivir como humildes siervos ante un Dios maravilloso. En el nombre de Jesús oramos. Amén.
Elias Thejoane, LHM África
Para reflexionar:
1.- ¿Cómo reaccionas ante las personas que deberían ser más maduras de lo que son según su edad y experiencia?
2.- ¿Es posible hacer nuestro trabajo y evitar estar «demasiado llenos de nosotros mismos» cuando trabajamos duro y tenemos éxito?
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