
Pues si anuncio el evangelio, no tengo por qué jactarme, porque ésa es mi misión insoslayable. ¡Ay de mí si no predico el evangelio!
1 Corintios 9:16
El apóstol Pablo llega a este versículo sonando un poco descontento. Junto con Bernabé, están llevando a cabo la obra del Señor: sirven a los demás, les enseñan acerca de Jesús, trabajan concienzudamente entre los corintios para no ser causa de tropiezos o quejas. Sin embargo, encuentran cierta resistencia por parte de aquellos a quienes ayudan y, como resultado, tienen que suplir sus propias necesidades, aun cuando están sirviendo a los demás.
Ministrando bajo la mirada crítica de otros, Pablo expone su posición a aquellos que están cuestionando sus métodos de ministerio: «Mi defensa contra los que me acusan es la siguiente: ¿Acaso nosotros no tenemos derecho a comer y beber? ¿Y acaso no tenemos derecho a traer con nosotros una esposa creyente, como lo hacen los otros apóstoles, y Cefas y los hermanos del Señor? ¿O es que sólo Bernabé y yo estamos obligados a trabajar? ¿Qué soldado presta servicio a expensas de sus propios recursos? ¿Quién planta una viña y no come de sus uvas? ¿O quién pastorea el rebaño y no bebe de la leche que ordeña?… Si nosotros sembramos entre ustedes lo espiritual, ¿será mucho pedir que cosechemos de ustedes lo material?» (1 Corintios 9: 3-7, 11).
Pablo conocía sus «derechos» como obrero de Cristo: quienes hacen ese trabajo deberían poder obtener sustento y refugio. «Pero yo no me he aprovechado de nada de esto, ni tampoco he escrito esto para que se haga así conmigo; porque prefiero morir antes que alguien me despoje de este motivo de orgullo» (1 Corintios 9:15).
Pablo sabía que el solo hecho de compartir a Jesús con otros era recompensa suficiente, independientemente de cómo recibieran el Evangelio. Recordemos que Pablo tenía un trasfondo religioso en el cual el contarles a otros acerca de Jesús hubiera sido la cosa más escandalosa y absurda que podría haberse imaginado.
Pero Dios había ganado su corazón y ahí estaba: compartiendo el amor de Jesús, diciéndoles a otros cómo el Padre Celestial había cumplido todas Sus promesas en la vida, muerte y resurrección de Su Hijo, el Mesías. Pablo sabía que cualquier rechazo que recibiera de aquellos a quienes servía (en Corinto o en cualquier otro lugar) era una pequeña molestia en comparación con lo que Dios había hecho para salvar a la humanidad. Pablo no pudo menos que predicar el Evangelio. Era su deber necesario. Y por hacerlo, soportó todo tipo de dificultades.
La misión singular de Pablo era compartir la misericordia de Dios con los demás. «Entre los débiles me comporto como débil, para ganar a los débiles; me comporto como todos ante todos, para que de todos pueda yo salvar a algunos. Y esto lo hago por causa del evangelio, para ser copartícipe de él» (1 Corintios 9: 22-23).
ORACIÓN: Padre Celestial, danos poder para compartir a Tu Hijo con otros, agradecidos por el honor de hacerlo. En el nombre de Jesús. Amén.
Paul Schreiber
Para reflexionar:
1.- ¿Alguna vez has tenido que hacer algo importante (y posiblemente costoso) por alguien, sin pensar en lo que te costó?
2.- ¿Cómo podemos volvernos alegres y generosos en nuestro servicio cristiano sin sentirnos usados o despreciados?
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