Entonces se me acercó uno de los siete ángeles […] y me dijo: «Ven acá, voy a mostrarte a la novia, la esposa del Cordero» […] y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, la cual descendía del cielo, de Dios […] Tenía la gloria de Dios y brillaba como una piedra preciosa, semejante a una piedra de jaspe, transparente como el cristal. Tenía una muralla grande y elevada, y doce puertas; en cada puerta había un ángel, e inscripciones que correspondían a los nombres de las doce tribus de Israel. Tres puertas daban al oriente, tres puertas al norte, tres puertas al sur, y tres puertas al occidente. La muralla de la ciudad tenía doce cimientos, y en ellos estaban los nombres de los doce apóstoles del Cordero.
Apocalipsis 21:9, 10b, 11-14
Juan está describiendo la nueva y santa ciudad de Jerusalén, que representa al pueblo de Dios, el reino de Dios, todos los que viviremos para siempre unidos a Jesús, nuestro Salvador. La descripción es muy interesante. En particular, me interesan las murallas y las puertas de la ciudad.
En la antigüedad, las ciudades importantes del Medio Oriente normalmente tenían un muro a su alrededor. La pared era muy gruesa y muy alta. Se suponía que debía proteger a la gente contra los asaltantes y los ejércitos extranjeros. Por la noche y en tiempos de guerra, las puertas estaban cerradas. Había guardias en las puertas, que darían la alarma si veían venir problemas.
Pero ¿por qué hay un muro alrededor de la nueva ciudad de Dios? ¿Por qué hay puertas y porteros también? ¡Seguramente nada de eso es necesario en el cielo y la tierra nuevos de Dios, donde todo lo malo ha sido destruido!
Si recuerdas el jardín del Edén, no dice en ninguna parte que tenga muros o puertas. No hay guardia, tampoco, hasta que los seres humanos se rebelan y tienen que irse. En ese punto, la seguridad es necesaria. El pecado ha entrado en el mundo y el tiempo de la inocencia ha terminado.
La ciudad santa de Jerusalén es como Edén porque no hay mal en ella. Es un lugar donde Dios vive con la gente, y hay paz, amor y alegría. Pero es diferente del Edén porque viene después de la experiencia de la humanidad con el mal, no antes. Las personas que viven en esta ciudad ya han experimentado el mal y todo lo que lo acompaña: vergüenza, culpa, problemas, tristeza y muerte. Su inocencia y santidad vienen como un regalo de Jesucristo, quien entregó su vida para rescatarlos del poder del mal y recrearlos como ciudadanos puros y santos de su reino.
Así que tiene sentido que vivan en la ciudad que tiene muros gruesos, muros que ningún enemigo podría atravesar. Esos muros son un recordatorio de la protección de Dios, la protección que Él brindó a la raza humana a través del sufrimiento, la muerte y la resurrección de su propio cuerpo. ¿Quién podría desear que ese recuerdo se desvanezca?
Y, sin embargo, hay puertas, doce de ellas, puertas en todas partes, para que la gente pueda entrar y salir libremente de la ciudad en cualquier momento que lo desee. Las puertas nunca están cerradas. Los ángeles que están cerca de ellas parecen ser guardias de honor; no esperan un ataque. Por su propio poder, Dios ha destruido el mal y ha salvado a su pueblo para siempre. ¡Eso es motivo para celebrar!
ORACIÓN: Padre Celestial, gracias por mantenernos seguros en tu santa ciudad. En el nombre de Jesús. Amén.
Dra. Kari Vo
Para reflexionar:
* ¿Te gustaría vivir en una ciudad con murallas y puertas? ¿Por qué sí o por qué no?
* ¿Qué otras similitudes ves entre el Edén y la nueva ciudad de Dios?
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