Todavía añadió David: «El Señor me ha librado de las garras de leones y de osos, y también me librará de este filisteo». Y Saúl le respondió: «Ve, pues, y que el Señor te acompañe».
1 Samuel 17:37
La batalla épica entre David y Goliat es una victoria sorprendente para todos los tiempos. Milagrosamente, el desvalido le gana a un oponente muy superior. Pero algunos historiadores han sugerido una visión diferente de este conocido relato. Y puede que no sea la historia milagrosa que pensábamos que era.
Se trata de esta arma desalentadora llamada «la honda». La honda era un arma muy letal. Un hondero experimentado podría lanzar una piedra del tamaño de una pelota de béisbol tan rápido como puede lanzar un lanzador de las Grandes Ligas, y no menos preciso. El libro de los Jueces informa que el antiguo Israel tenía un regimiento de honderos. Y «era tal su puntería que podían lanzar una piedra con la honda y darle a un cabello sin fallar» (Jueces 20: 16b).
Un hondero experimentado (como David) podría matar a un soldado de infantería bien armado (como Goliat) a una distancia del tamaño de un campo de fútbol. Goliat, y casi todos los demás presentes ese día, estaban imaginando un combate cuerpo a cuerpo con espadas y escudos, donde el gigante tendría una clara ventaja. Pero David cambió las reglas. Interrumpió el sistema. Vio otro escenario, uno en el que tendría una ventaja abrumadora. Y tan pronto como comenzó a darle vuelta a esa honda, todos imaginaron lo que podía venir.
Entonces, ¿qué tipo de historia milagrosa es esta? Cuando las personas hoy escuchan el relato de David y Goliat, a menudo se enfocan en «cómo», es decir, ¿cómo vencemos a los «gigantes» en nuestras vidas? Algunas personas podrían decir: «Espera en Dios y espera un milagro, así es como». Otros dicen: «Cambia las reglas, altera el sistema, así es como». Pero, ¿quizás el milagro sea más profundo? Tal vez no se trate de «cómo», cómo vencer las probabilidades, cómo superar los obstáculos. En cambio, se trata de quién, quién está con nosotros en la batalla y en el camino.
David, a pesar de todas sus fallas y fracasos venideros, sabe quién está con él. «El SEÑOR me librará», dice David. Y el SEÑOR, su Dios, «lo libró de Saúl y de todos sus enemigos» (2 Samuel 22: 1b). Goliat no fue el obstáculo más desafiante que enfrentaría David. De hecho, probablemente fue el más fácil. Si seguimos escuchando la historia, veremos que el mayor enemigo de David es el pecado y la maldad en su propio corazón (ver Salmo 51). Y el SEÑOR también estuvo con él en esa batalla.
Dios está interesado, no solo en despejarnos los obstáculos, Dios está interesado en estar con su pueblo; tanto es así que «cambió las reglas». Dios interrumpió el sistema y se convirtió en un ser humano para estar contigo. Envió a su propio Hijo para convertirse en el Rey eterno prometido a la familia de David (véase 2 Samuel 7:12). En la victoria inesperada de todos los tiempos, Jesús limpió todos los obstáculos, incluso el pecado, incluso la muerte. Pero el mayor milagro no es «cómo» se hizo, sino quién lo hizo. Jesús lo hizo para estar contigo.
ORACIÓN: Rey Jesús, Hijo del Dios viviente, quédate conmigo; Señor, quédate conmigo. Amén.
Rev. Dr. Michael Zeigler, Orador de La Hora Luterana
Para reflexionar:
* ¿En qué ocasión te enfrentaste a un problema que requirió una perspectiva diferente para encontrar la solución?
* ¿De qué otra manera es Jesús un gran «desbaratador» de los sistemas del mundo?
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