Entonces los fariseos se fueron para pensar en cómo atrapar a Jesús en sus propias palabras. Enviaron a sus discípulos, junto con los herodianos, a decirle: «Maestro, sabemos que eres amante de la verdad, y que enseñas con verdad el camino de Dios; sabemos también que no permites que nadie influya en ti ni te dejas llevar por las apariencias humanas. Por tanto, dinos tu parecer. ¿Es lícito pagar tributo al César, o no?» Pero Jesús, que conocía la malicia de ellos, les dijo: «¡Hipócritas! ¿Por qué me tienden trampas? Muéstrenme la moneda del tributo.» Y ellos le mostraron un denario. Entonces él les preguntó: «¿De quién es esta imagen, y esta inscripción?» Le respondieron: «Del César.» Y él les dijo: «Pues bien, den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios.» Al oír esto, se quedaron asombrados y se alejaron de él.
Mateo 22:15-22
La vida está llena de preguntas difíciles. ¿Como el bizcocho que me preparó mi nieta o sigo la dieta? ¿Cruzo la intersección con el semáforo en amarillo o me detengo? O el favorito de 2020: ¿Uso una mascarilla por el COVID-19, o asumo que todos vamos a estar bien?
En este texto a Jesús le hacen una pregunta difícil, cortesía de los discípulos de los fariseos y de algunos herodianos (judíos amantes de la cultura griega), ambos feroces oponentes de Jesús: «¿Es lícito pagar tributo al César, o no?». Con un «No», Jesús podría parecer un rebelde, despreciando el gobierno romano y listo para luchar contra el poder ocupante. Con un «Sí», podría parecer sumiso, cediendo al poder tiránico de Roma para mantener la paz. Sí, la vida está llena de preguntas difíciles.
Entonces Jesús, plenamente consciente de la prueba, toma una moneda y, mostrándoles el rostro de César, les pregunta: «¿De quién es esta imagen y esta inscripción?». Si buscaban a Jesús para liberarse de sus obligaciones tributarias, estaban equivocados: les dijo que no solo pagaran el impuesto, sino que el resto de lo que poseían tampoco era de ellos. «Pues bien, den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios».
Cualquier erudito judío del primer siglo sabía lo que eso significaba: la moneda podía tener la cara de César en ella, pero el emperador, la nación y el mundo mismo pertenecían a Dios (ver Deuteronomio 10:14; Salmo 24:1; Job 41:11). No importa cuán fuerte era el control de Roma sobre los judíos, ellos eran el pueblo elegido por Dios, apartado desde hacía mucho tiempo. «Tú eres un pueblo santo, y perteneces al Señor tu Dios. De entre todos los pueblos de la tierra, el Señor te ha escogido para que seas un pueblo único, un pueblo suyo» (Deuteronomio 14:2).
Aquí es donde reside el verdadero gozo del creyente: saber que somos de Dios. Redimidos por el Padre a través de la sangre de Jesús, entregamos nuestras vidas a Él con fe, confiando en Su gracia para suplirnos con todo lo que necesitamos.
ORACIÓN: Padre Celestial, recuérdanos que todo lo que somos y tenemos te lo debemos a ti. En el nombre de Jesús. Amén.
Paul Schreiber
Para reflexionar:
1.- ¿Qué pregunta difícil has tenido que responder recientemente?
2.- ¿Cómo le das a Dios las cosas que son de Dios? ¿Son algunas cosas más difíciles de entregarle que otras?
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