
Nuestro Dios viene, pero no en silencio. Un fuego consumidor lo precede; una poderosa tempestad lo rodea. Convoca a los cielos y a la tierra, pues viene a juzgar a su pueblo. «Reúnan a mi pueblo santo, a los que han hecho un pacto conmigo y me han ofrecido un sacrificio».
Salmo 50:3-5
En los tiempos del Antiguo Testamento, Dios vino a su pueblo de diferentes maneras. El Señor vino en forma humana para hablar con Abraham, le habló a Moisés desde una zarza ardiente, y cuando los israelitas dejaron Egipto, Él fue delante de ellos en una columna de nube de día y una columna de fuego de noche. El Señor descendió luego en fuego al monte Sinaí.
En nuestro salmo, Dios viene en poder y juicio. El salmista clama a modo de advertencia: «¡Nuestro Dios viene!». Dios viene en fuego y tormenta a juzgar a su pueblo. Viene a reunir a su pueblo fiel, a aquellos que confían en las promesas de su pacto y ofrecen sacrificios justos de acuerdo con su Ley.
Dios vino a nosotros, pero no con fuego y tormenta. Vino en cumplimiento de la promesa de su antiguo pacto, pero vino en silencio, como había venido una vez a su profeta Elías. El profeta había huido de los enemigos que querían quitarle la vida. Con espantosa desesperación estaba escondido en una cueva cuando el Señor vino a él. Mientras Elías miraba y esperaba, un viento poderoso, un terremoto y un fuego arrasaron su refugio en la montaña, pero el Señor no estaba en ellos. En cambio, la voz del Señor llegó a su profeta como un «silbo apacible y delicado».
Dios vino a nosotros en la persona de Jesucristo. Su poderosa voz era tranquila: no se oía en un susurro bajo, sino en el llanto de un bebé desde un pesebre en Belén. Durante su ministerio público Jesús proclamó el reino de Dios, pero guardó silencio cuando como un cordero fue llevado al matadero, fue condenado y crucificado. El juicio divino contra el pecado que debería haber caído sobre nosotros cayó en cambio sobre él mientras colgaba de la cruz. En su sangre, en su sacrificio, se cumplió el pacto, un pacto hecho y cumplido solo por Dios. A través de su muerte y resurrección, Jesús reunió «en un solo pueblo a los hijos de Dios que estaban dispersos» (Juan 11: 52b).
Un día Jesús vendrá de nuevo en gloria como Juez y Rey. Vendrá en las nubes, «desde el cielo con sus poderosos ángeles, entre llamas de fuego, para darles su merecido a los que no conocieron a Dios ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo» (2 Tesalonicenses 1: 7b-8). «Ese día los cielos serán deshechos por el fuego, y los elementos se fundirán por el calor de las llamas» (2 Pedro 3: 12b). Jesús reunirá a su pueblo fiel, todos aquellos que han confiado en la promesa de salvación del pacto de Dios. En ansiosa anticipación de ese gran día, con alegría decimos: «¡Nuestro Dios viene!»
ORACIÓN: Señor, espero con ansias el día en que me reuniré con todo tu pueblo fiel para habitar en tu presencia para siempre. Ven, Señor Jesús. Amén.
Dra. Carol Geisler
Para reflexionar:
1.- ¿Cómo nos habla Dios hoy?
2.- ¿Por qué crees que Jesús no vino a la tierra de una manera más espectacular y obvia?
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