Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a estar unidos por la fe y el conocimiento del Hijo de Dios; hasta que lleguemos a ser un hombre perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, arrastrados para todos lados por todo viento de doctrina, por los engaños de aquellos que emplean con astucia artimañas engañosas, sino para que profesemos la verdad en amor y crezcamos en todo en Cristo, que es la cabeza, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor.
Efesios 4:11-16
Creo que cualquier persona que asista a la iglesia desde hace mucho tiempo puede decirte que la vida en la iglesia no siempre es fácil. Lo que parece estable o equilibrado desde el exterior puede ser diferente en la realidad. Esto no anula el valor de la vida en congregación ni desacredita al cristianismo, pero sí nos lleva a una conclusión ineludible: las iglesias están formadas por personas, y las personas vienen con muchos problemas: el más grande de los cuales es el pecado.
Esto, por supuesto, no sorprende a los cristianos, ni toma a Dios desprevenido. Tampoco frustra su misión global de proclamar las Buenas Nuevas, el Evangelio de Jesucristo, a todo pueblo y nación. Por eso, como escribe Pablo, Dios les dio a los primeros creyentes: apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros.
Dios sabía que habría desafíos para el cuerpo de Cristo en todo el mundo, y se lo hizo saber a sus discípulos más cercanos. Jesús dijo: «Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia, y las puertas del Hades no podrán vencerla» (Mateo 16:18).
Ciertamente, el infierno no prevalecerá, pero puede zarandear a los creyentes, aquí y ahora.
En tiempos turbulentos, sabemos que Dios está fortaleciendo nuestra fe. Él busca nuestro crecimiento y madurez en el conocimiento de su Hijo para que ya no seamos «arrastrados para todos lados por todo viento de doctrina» que el enemigo lanza en nuestro camino. Dios no abandonará a su pueblo, sino que quiere que crezcamos en todos los sentidos en Cristo, Aquél quien murió para salvarnos, la Fuente de nuestro amor.
Si bien las luchas que enfrentamos como miembros del cuerpo de Cristo nunca son fáciles, Dios siempre está con nosotros. «Pues él sabe de qué estamos hechos; ¡él bien sabe que estamos hecho de polvo!» (Salmo 103: 14). Lo que él quiere de nosotros no es nada más ni nada menos que «crezcamos en todo en Cristo, que es la cabeza».
¡Agradécele a Dios por guiar tu crecimiento espiritual!
ORACIÓN: Padre celestial, gracias por todos los dones que nos das a los creyentes para mantenernos cerca de Jesús. En tu nombre oramos. Amén.
Paul Schreiber
Para reflexionar:
* ¿De qué formas está equipada tu iglesia para la edificación del cuerpo de Cristo?
* ¿Cuál es la mejor manera de evitar que los planes del enemigo te lleven de un lado a otro?
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