Jesús volvió a hablarles en parábolas, y les dijo: «El reino de los cielos es semejante a un rey que hizo una fiesta de bodas para su hijo. Y envió el rey a sus siervos para convocar a los invitados a la fiesta de bodas, pero éstos no quisieron asistir. […] Entonces dijo a sus siervos: «La fiesta de bodas ya está preparada, pero los que fueron invitados no eran dignos de asistir. Por tanto, vayan a las encrucijadas de los caminos, e inviten a la fiesta de bodas a todos los que encuentren». Los siervos salieron por los caminos y juntaron a todos los que encontraron, lo mismo malos que buenos, y la fiesta de bodas se llenó de invitados.
»…Cuando el rey entró para ver a los invitados y se encontró con uno que no estaba vestido para la boda, le dijo: «Amigo, ¿cómo fue que entraste aquí, sin estar vestido para la boda?». Y aquél enmudeció. Entonces el rey dijo a los que servían: «Aten a éste de pies y manos, y échenlo de aquí, a las tinieblas de afuera. ¡Allí habrá llanto y rechinar de dientes!». Porque son muchos los llamados, pero pocos los escogidos».
(Mateo 22:1-3, 8-14).
Uno de los invitados a la boda sobresale. ¡Todos los demás están vestidos para la ocasión! Todos lucen ropas preciosas y están limpios y frescos. Seguramente, el rey tenía gente repartiendo ropas de boda en la puerta, lo cual es sensato: si va a sacar a sus invitados de la calle y se preocupa por su vestimenta, necesita satisfacer sus necesidades.
Pero hay uno con una camiseta andrajosa y pantalones cortados. ¿Cómo pudo pasar eso? El rey asume que ha habido algún error y le pregunta al respecto. Pero el hombre no tiene excusa. ¡Aparentemente rechazó la ropa que le ofrecieron! Entonces el rey, harto de las actitudes de los seres humanos, lo echa afuera mientras todos los demás disfrutan de la fiesta.
El rey en esta parábola es, por supuesto, Dios, y los invitados ¡somos nosotros! Dios se ha metido en nuestras vidas ordinarias, pecaminosas y desordenadas y nos ha invitado a ser parte de la boda de su Hijo. Pero no estamos en condiciones de ser vistos en la recepción de Jesús, a menos que hayamos sido lavados y vestidos, es decir, perdonados y restaurados por su sangre derramada en la cruz. Pobres de aquellos que rechazan la caridad generosa de Dios, diciendo: «No me pongo ropa prestada», «si mi propia vida no es lo suficientemente buena para Él, ¡entonces al diablo con Él!». El Rey Celestial acepta muchas cosas, pero no la rudeza deliberada hacia su Hijo. Esas personas pueden quedarse con su suciedad, pero tendrán que hacerlo afuera, en la oscuridad eterna.
¡Qué alternativas! ¿Oscuridad o una fiesta? ¿Nuestros propios harapos, o corazones limpios y nuevos, provistos por Jesús mismo a través de su muerte y resurrección? Esta no es una opción en absoluto.
Querido Señor, dame un corazón limpio y el perdón que ganaste para mí en la cruz. Amén.
Dra. Kari Vo
Para reflexionar:
* ¿Por qué crees que algunas personas insisten en aferrarse a sus propios harapos?
* ¿Qué buenos dones te ha dado Dios en Jesús? Nombra tantos como puedas.
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