Allí en el desierto, todos ellos murmuraron contra Moisés y Aarón, y les reclamaron: «Mejor nos hubiéramos muerto en la tierra de Egipto a manos del Señor. Allá nos sentábamos junto a las ollas de carne, y comíamos pan hasta saciarnos. Ustedes nos han sacado a este desierto para matarnos de hambre a todos nosotros».
El Señor le dijo a Moisés: «Como verás, yo voy a hacer que les llueva pan del cielo. Para ver si ustedes obedecen o no mis leyes, cada uno de ustedes debe salir todos los días y recoger la porción para ese día (…). Entonces Moisés y Aarón les dijeron a todos los hijos de Israel: «Esta tarde van a darse cuenta de que el Señor los ha sacado de la tierra de Egipto, y en la mañana van a ver la gloria del Señor. El Señor los ha oído murmurar contra él, porque nosotros no somos nada para que ustedes murmuren contra nosotros…
Al caer la tarde, una nube de codornices vino y cubrió el campamento; y por la mañana el campamento estaba rodeado de rocío. Pero cuando el rocío dejó de caer, sobre la superficie del desierto podía verse una cosa menuda y redonda, tan menuda que parecía escarcha sobre el suelo. Cuando los hijos de Israel lo vieron, se preguntaron unos a otros: «¿Qué es esto?». Y es que no sabían qué era. Entonces Moisés les dijo: «Es el pan que el Señor les da para comer».
Éxodo 16:2-4, 6-7, 13-15
Lo que más me sorprende de esta historia es la paciencia de Dios.
Había pasado solamente un mes y medio desde el día en que Dios rescató al pueblo de Israel de Egipto. Todos los milagros que Dios hizo para salvarlos deberían estar frescos en sus mentes: los desastres que provocó en Egipto, la forma en que los protegió a ellos y a sus hijos, la mañana en que abrió un camino a través del Mar Rojo y los salvó de los soldados. ¡Pero después de tan solo 45 días de ver tantos milagros, aun así están quejándose y dudando porque tienen hambre! Por arte de magia han olvidado todas las cosas malas de Egipto, como la esclavitud y el intento de genocidio. ¡Solo pensaban en la comida!
No malinterpreten lo que digo porque no estoy diciendo que deberían haber pasado hambre en silencio. Sin embargo, hay una diferencia entre quejarse y pedirle ayuda a Dios. Después de todos esos milagros, ellos debían saber que Dios podía darles lo que necesitaban. ¡¿Por qué no oraron?!
No entiendo por qué no lo hicieron, sino que refunfuñaron. Pero Dios es sorprendentemente paciente con ellos. A pesar de sus quejas les da pan milagroso del cielo, el maná que cayó al suelo en el desierto. Además les envía codornices para que coman carne. Los trata con dulzura, como los bebés espirituales que son y les da tiempo para crecer.
Dios no ha cambiado. Todavía es paciente con nosotros, nos ama y llama a ser suyos. La segunda carta de Pedro habla de esto. Dice: «El Señor no se tarda para cumplir su promesa, como algunos piensan, sino que nos tiene paciencia y no quiere que ninguno se pierda, sino que todos se vuelvan a él (…). Tengan en cuenta que la paciencia de nuestro Señor es para salvación» (2ª Pedro 3: 9, 15a).
La paciencia de Dios es sorprendente. Debemos detenernos a pensar en el gran sacrificio que hizo para salvarnos, entregando su propia vida por nosotros en la cruz. Alguien que nos ama tanto, para vivir, sufrir, morir y resucitar, todo para hacernos suyos, ¡ese es un Dios que nos ama! Ese es el Dios que obra pacientemente en nosotros, ayudándonos a crecer más y más, «hasta que todos lleguemos a estar unidos por la fe y el conocimiento del Hijo de Dios» (Efesios 4: 13a).
ORACIÓN: Padre, ayúdame a apreciar tu paciencia y a tener paciencia con otros con amor. Amén.
Dra. Kari Vo
Para reflexionar:
* ¿En qué momentos es fácil para ti tener paciencia? ¿Cuándo te es difícil?
* Piensa en otra historia de la Biblia que recuerdes en donde el Señor muestra su paciencia.
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