Pero sabemos que todo lo que dice la ley, se lo dice a los que están bajo la ley, para que todos callen y caigan bajo el juicio de Dios, ya que nadie será justificado delante de Dios por hacer las cosas que la ley exige, pues la ley sirve para reconocer el pecado. Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, y de ello dan testimonio la ley y los profetas. La justicia de Dios, por medio de la fe en Jesucristo, es para todos los que creen en él. Pues no hay diferencia alguna, por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios; pero son justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que proveyó Cristo Jesús.
(Romanos 3:19-24).
Hace poco escuché la historia aterradora de una mujer casada con un marido abusador. Tenía que escapar antes de que ella y sus hijos fueran asesinados, pero tenía miedo de hacerlo porque el líder de su iglesia le había dicho que la Biblia da ciertas reglas para el divorcio pero que el abuso no era una de ellas. Para cumplir la Ley, esa mujer tuvo que poner en riesgo la vida de todos. De lo contrario, Dios ya no la amaría.
Creo que no es necesario explicar aquí por qué esto es un error terrible. Pero también es terrible el mal uso que las personas en esta historia estaban haciendo de la Ley de Dios. La Ley no existe para mostrarnos cómo ganar y conservar el amor de Dios, ni para darnos un camino al cielo, ni tampoco para mostrarnos cómo llevar una buena vida, aunque puede funcionar de esa manera si uno está buscando ideas. El propósito principal de la Ley es el que Pablo dice en el versículo 19: «para que todos callen y caigan bajo el juicio de Dios».
La Ley hace una cosa, y lo hace magníficamente bien: deja muy claro que todos somos pecadores, y que necesitamos desesperadamente a Jesucristo. Jesús, y no la Ley, es la respuesta de Dios a la pregunta: «¿Qué debo hacer para ser salvo?». Ser salvo, tener vida, tener paz, plenitud, pureza, bienaventuranza —todas las cosas que nuestro corazón anhela, porque sabemos que Dios nos hizo para algo mejor que lo que ahora tenemos— todas esas cosas las encontramos en Jesús. Él es Aquel que tomó la Ley sobre sí mismo, llevando todo nuestro quebrantamiento, toda nuestra culpa y vergüenza a la cruz, a la muerte, donde permanecerá para siempre. Los cargos contra nosotros, pasados, presentes y futuros, están muertos. Nunca más se levantarán.
¡Pero Jesús ha resucitado! Y con Él resucitaremos también nosotros, porque su Espíritu vive en nosotros dándonos vida y confianza en Jesús todos los días de nuestra vida. Y en ese Último Día, cuando Jesús venga de nuevo para llevarnos a su reino, nos levantaremos de nuestras tumbas físicamente, en cuerpo y alma, y viviremos para siempre en perfecta armonía con nuestro Padre celestial.
Querido Salvador, ayúdame a mantener mi esperanza solo en ti. Amén.
Dra. Kari Vo
Para reflexionar:
* ¿De qué manera la Ley de Dios te ayuda en tu vida diaria?
* ¿Qué significa para tu vida que Jesús sea tu justicia?
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