¡Que el Señor te bendiga desde el monte Sión! ¡Que veas en vida el bienestar de Jerusalén! ¡Que llegues a ver a tus nietos! ¡Que haya paz en Israel!
Salmo 128: 5-6
El salmista proclama una triple bendición. Él ora para que, a lo largo de sus vidas, el pueblo de Dios pueda ver la prosperidad de Jerusalén. Pide también que tengan vida para ver a sus hijos y nietos y verlos crecer en gracia y fe. Finalmente, pide que Dios le conceda paz a su pueblo. Sin embargo, estas son cosas que el pueblo de Dios tal vez no reciba en esta vida terrenal.
Jerusalén, aunque su nombre significa «ciudad de paz», no siempre recibió la paz. La ciudad fue destruida repetidamente por ejércitos enemigos. Así mismo, la vida de los creyentes fieles puede verse truncada por la enfermedad o la violencia. Y es posible que no vivan los años suficientes para ver a los hijos de sus hijos. El pueblo de Dios no siempre ha gozado de la bendición que es la paz. Aún hoy, los cristianos de todo el mundo son perseguidos por su fe en Jesús.
Dios envió a su único Hijo al mundo para traernos las bendiciones por las cuales ora el salmista inspirado. El Príncipe de Paz vendría a gobernar con justicia y rectitud y «la extensión de su imperio y la paz en él no tendrán límite» (Isaías 9: 7a). El Salvador nació en Belén cuando un ángel proclamó la buena noticia de su nacimiento a los pastores y una multitud de la hueste celestial se regocijó cantando: «¡Gloria a Dios en las alturas! ¡Paz en la tierra a todos los que gozan de su favor!» (Lucas 2 :14). Sin embargo, la paz se lograría solo porque Jesús, el Príncipe de Paz, no gozaría de la paz para sí mismo. Jesús fue rechazado por muchas de las personas a las que vino a salvar. Sus enemigos continuamente intentaron que cayera en sus trampas con sus propias enseñanzas. Los líderes religiosos conspiraron contra Jesús y trataron de destruirlo. Y finalmente, Jesús fue traicionado, arrestado y condenado a muerte. Justo en las afueras de Jerusalén, la ciudad de paz, el Príncipe de Paz fue levantado en una cruz.
Jesús les dijo a sus discípulos: «Estas cosas les he hablado para que en mí tengan paz. En el mundo tendrán aflicción; pero confíen, yo he vencido al mundo» (Juan 16:33). Al tercer día después de su muerte, Jesús se levantó de entre los muertos, venciendo todo lo que el mundo había traído contra Él, venciendo los poderes del pecado, la muerte y Satanás. En este mundo tendremos tribulación, pero el Salvador crucificado y resucitado nos promete su paz. La paz que trae Jesús no depende de la ausencia de problemas, enfermedades o muerte. La paz que trae Jesús depende siempre y sólo de Jesús, el Príncipe de Paz.
Mediante la fe en Jesús, nuestros pecados son perdonados y somos reconciliados con Dios, «para mostrar en los tiempos venideros las abundantes riquezas de su gracia y su bondad para con nosotros en Cristo Jesús» (Efesios 2: 7). Somos ciudadanos de la Jerusalén celestial y, con los hijos de nuestros hijos y las innumerables generaciones que nos precedieron, un día disfrutaremos de las bendiciones de la paz eterna en la presencia de nuestro Salvador.
ORACIÓN: Príncipe de Paz, concédeme tu paz en todo momento y en toda circunstancia. Amén.
Dra. Carol Geisler
Para reflexionar:
* ¿Por qué crees que Jesús nació en Belén y no en un hogar rico en Jerusalén?
* ¿Qué significa para ti ser ciudadano de la Jerusalén celestial?
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