Y me mostró un río de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero, en medio de la calle de la ciudad. Y a cada lado del río estaba el árbol de la vida, que produce doce clases de fruto, dando su fruto cada mes; y las hojas del árbol eran para sanidad de las naciones. Y ya no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará allí, y sus siervos le servirán. Ellos verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes. Y ya no habrá más noche, y no tendrán necesidad de luz de lámpara ni de luz del sol, porque el Señor Dios los iluminará, y reinarán por los siglos de los siglos…
He aquí, yo vengo pronto, y mi recompensa está conmigo para recompensar a cada uno según sea su obra […] Bienaventurados los que lavan sus vestiduras para tener derecho al árbol de la vida y para entrar por las puertas a la ciudad. Afuera están los perros, los hechiceros, los inmorales, los asesinos, los idólatras y todo el que ama y practica la mentira. Yo, Jesús, he enviado a mi ángel a fin de daros testimonio de estas cosas para las iglesias. Yo soy la raíz y la descendencia de David, el lucero resplandeciente de la mañana.
Apocalipsis 22:1-5, 12, 14-16 LBLA
Hace mucho tiempo, un familiar me preguntó: «¿Por qué Dios no quiere que los perros vayan al cielo?». Estaba preocupado por este pasaje en Apocalipsis donde Jesús está hablando sobre el reino de Dios, y dice: «Afuera están los perros».
Para la mayoría de nosotros, cuando pensamos en perros, pensamos en mascotas: entrenadas, vacunadas, amigables. No estamos pensando en las manadas de perros salvajes que corrían en los días de Jesús, comiendo cosas muertas, llevando enfermedades e incluso atacando a la gente. Ese tipo de perros no son amigos de nadie. Son peligrosos.
Cuando Jesús dice: «Afuera están los perros», no está hablando de perros de cuatro patas. Él está hablando de seres humanos que se comportan como perros salvajes, el tipo de personas que Jesús llamó «los hechiceros, los inmorales, los asesinos, los idólatras y todo el que ama y practica la mentira». Estas personas no tienen lugar en el reino de Dios, están fuera de las puertas porque se niegan a ser separados de su maldad.
Pero eso da miedo, ¿no? ¿Cuál es la diferencia entre ellos y nosotros? Por supuesto que nosotros también somos pecadores. Hemos mentido, hemos dañado a otras personas, tenemos cosas en nuestras vidas que hemos puesto primero en lugar de Dios. Puede que hayamos incursionado en el pecado sexual o en lo oculto. ¿Estaremos fuera de las puertas?
No, porque Jesús nos ha lavado con su propia sangre. Él nos ha perdonado y nos ha hecho nuevos y puros a través de su muerte y resurrección por nuestro bien. A esto se refiere cuando dice: «Bienaventurados los que lavan sus vestiduras para tener derecho al árbol de la vida y para entrar por las puertas a la ciudad».
Dios nos acerca a Él, adentro de las puertas, como sus hijos amados que somos. Ya no somos como perros salvajes. Tenemos un hogar para siempre con Dios nuestro Padre por lo que Jesús ha hecho por nosotros. Tenemos túnicas limpias provistas por Jesús, lavadas en su propia sangre. Y Él da este regalo gratuitamente, no solo a nosotros, sino a todos los que confían en Él.
ORACIÓN: Padre, gracias por hacernos limpios y puros a través de tu Hijo Jesucristo. Amén.
Dra. Kari Vo
Para reflexionar:
* ¿Por qué crees que Dios se niega a permitir que personas impuras e impenitentes entren al cielo?
* ¿Cómo «lavas tus ropas» con el perdón de Jesús?
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