Mientras Jesús caminaba junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés. Estaban echando la red al agua, porque eran pescadores. Jesús les dijo: «Síganme, y yo haré de ustedes pescadores de hombres.» Enseguida, ellos dejaron sus redes y lo siguieron
(Marcos 1:16-18).
Durante su ministerio terrenal Jesús predicó ante muchas personas. Grandes multitudes llegaban de distintos lugares para escucharlo hablar, pues enseñaba como quien tiene autoridad. En este punto cualquiera pensaría que el ministerio de Jesús era exitoso. Sin embargo, para Jesús esto no era suficiente. Él tenía claro que solo contaba con tres años antes de entregar su vida por nuestros pecados. Por esta razón, y después de una noche entera de oración, decide llamar a los que serán sus primeros discípulos. Así llamó a Simón Pedro, a su hermano Andrés y a Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo. Los llamó a una relación más íntima, una relación de discipulado. En esta nueva relación no solo aprenderían más de Él, sino que también lo conocerían más personalmente. A partir de ese momento, Jesús invirtió el resto de su vida en sus discípulos: caminó con ellos, comió con ellos, lloró con ellos cuando su amigo Lázaro murió y festejó con ellos en la boda de una pareja en Canaán.
En los planes de Dios estaba que Jesús enseñara, capacitara y convirtiera a sus discípulos en pescadores de hombres a ser enviados por el mundo para rescatar a su pueblo que se ahogaba en medio de un mar de pecados. Los discípulos de Jesús serían diferentes a cualquier otro tipo de pescadores, porque ellos no usarían anzuelos que lastiman y matan, sino que usarían la red del evangelio para rescatar a todos aquellos que están hundidos en el fondo de sus pecados.
Los discípulos de Jesús lograron un gran avance en el reino de Dios, pero la historia no termina ahí. Dios sigue buscando y llamando hoy a hombres y mujeres como tú y yo para que vayamos por el mundo proclamando su evangelio de salvación. ¿Estamos dispuestos?
Querido Señor, heme aquí, haz de mi un pescador de hombres para proclamar tu evangelio. Amén.
Cristian Morales
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