Escuchen ahora lo que dice el Señor: «¡Levántate y contiende contra los montes! ¡Que oigan tu voz las colinas!». Ustedes los montes, y ustedes, los sólidos cimientos de la tierra, escuchen la querella del Señor. Porque el Señor tiene una querella contra su pueblo, y va a altercar contra Israel: «Pueblo mío, ¿qué te he hecho? ¿En qué te he molestado? ¡Respóndeme! Es un hecho que yo te saqué de la tierra de Egipto; que te libré de la casa de servidumbre, y que delante de ti envié a Moisés, a Aarón y a María…»
¡Hombre! El Señor te ha dado a conocer lo que es bueno, y lo que él espera de ti, y que no es otra cosa que hacer justicia, amar la misericordia, y humillarte ante tu Dios.
(Miqueas 6:1-4, 8)
Cuando era pequeña odiaba hacer algo mal, como: no seguir una regla, tomar una galleta que no debía, olvidar limpiar mi habitación. Y cada vez, recibía esta pregunta con enojo: «¿Por qué hiciste eso? ¿Por qué, por qué, por qué?».
Era una pregunta seria. Tenía que encontrar una respuesta de inmediato. Pero no había respuesta, al menos ninguna que me mantuviera fuera de problemas. Porque la verdadera respuesta era siempre la misma: «Porque soy pecadora. Porque quise hacerlo. Porque a veces hago cosas malas, y esta fue una de ellas».
En la lectura de hoy, Dios pregunta algo muy parecido: «Pueblo mío, ¿qué te he hecho? ¿En qué te he molestado? ¡Respóndeme!». Y luego pasa a enumerar varias cosas bondadosas y amorosas importantes que él hizo por su pueblo, solo para recibir su ingratitud.
La verdadera respuesta es la misma, ¿no? «Porque somos pecadores. Es por eso que estamos actuando como mocosos malagradecidos». Y Dios conoce esa respuesta, por eso envió a Jesús.
Ninguna cantidad de gritos nos impedirá ser pecadores. Sólo un corazón nuevo hará eso. Solo alguien, Dios mismo, dispuesto a pagar el precio para recrearnos, para tomar nuestros corazones de piedra e ingratos y reemplazarlos con su propia inocencia, amor y misericordia.
Y eso es lo que Jesús, Dios con nosotros, hizo por nosotros: tomó nuestro pecado, hasta el último pedacito, sobre sí mismo, y luego lo llevó hasta la cruz. Allí lo mató para siempre, a costa de su propia vida. Y luego resucitó de entre los muertos, y vive para siempre con la misma vida que nos ofrece hoy: una vida que está llena del Espíritu de Dios, que está llena de amor, justicia y misericordia. Una vida en la que por fin podemos empezar a caminar humildemente —¡y con gozo!— con nuestro Dios, a su lado como hijos suyos.
¿Por qué? Todo por causa de Jesús.
ORACIÓN: Amado Padre, gracias por rescatarnos a través de la obra de tu Hijo Jesús. Amén.
Dra. Kari Vo
Para reflexionar:
* ¿Alguna vez has tratado de «vivir una vida mejor» por tus propios medios, simplemente esforzándote más?
* Si es así, ¿cómo te fue? ¿Por qué resultó de esa manera?
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