David le respondió a Natán: «Reconozco que he pecado contra el Señor». Y Natán le dijo: «El Señor ha perdonado tu pecado, y no vas a morir. Pero como los enemigos del Señor hablan mal de él por causa de este pecado tuyo, tu hijo recién nacido tiene que morir».
2 Samuel 12: 13-14
Hace años, visité una iglesia. Dentro del edificio de la iglesia, en la parte de atrás, colgada en la pared, había una cruz de madera en exhibición que había sido salpicada de pintura. Parecía que la habían vandalizado. Y, según un letrero colgado en la pared junto a la cruz, así había sido. Hace años, alguien irrumpió en el santuario de la iglesia y tiró pintura sobre la alfombra, el altar y el púlpito y también salpicó las paredes. La iglesia tuvo que tirar algunas cosas. Otras, se repararon. Pero la cruz salpicada de pintura, la dejaron como estaba. En lugar de ocultarla, la mostraron en exhibición como una señal de aceptar el mundo pecaminoso tal como es, incluyendo a las personas que vandalizaron su iglesia. El contar la historia de esa cruz profanada no cambió el carácter del crimen cometido. Pero cambió el resultado.
En La Hora Luterana (programa de radio que se transmite en Estados Unidos), hemos estado escuchando acerca de la vida del rey David según se registra en los libros de 1era y 2da de Samuel. David tuvo sus altibajos. Y sus bajos fueron realmente bajos. Los eventos registrados en los capítulos 11 y 12 de 2 Samuel son más que trágicos. No fue un desliz momentáneo. David conspiró, conspiró y conspiró. Vandalizó el reino con su pecado. Profanó el estatus sagrado que Dios le había dado. Y a partir de ese momento, la carrera y la familia de David entraron en una espiral descendente lenta pero constante, y no se recuperó en mil años.
Fue por esa época, mil años después, cuando un seguidor de Jesús llamado Mateo escribió una biografía sobre su Señor. Mateo sabía que Jesús, cuyo cuerpo había sido profanado en una cruz salpicada de sangre, resucitó de entre los muertos. Mateo sabía que Jesús era el Descendiente prometido del rey David, de quien Dios prometió: «afirmaré su trono para siempre» (2 Samuel 7: 13b). Y cuando Mateo contó cómo nació Jesús, no ocultó la vergüenza de David.
Mateo explica que «Yesé engendró al rey David, y con la que fue mujer de Urías el rey David engendró a Salomón» (Mateo 1: 6). Allí mismo, en la genealogía del Mesías, en exhibición, hay un sórdido asunto de adulterio, engaño y asesinato. El contar esta historia en Jesús no cambia el carácter de los crímenes. Pero cambia el resultado.
Jesús cambia el resultado por nosotros. Tú y yo hemos sido vandalizados por el pecado, por nuestros propios pecados y los pecados de los demás. Pero cuando vienes a Él, tal como estás, quebrantado, profanado, en una espiral descendente, no tienes que esconder nada porque Jesús promete no rechazarte. Cuando Jesús nos perdona, eso no cambia el carácter de nuestro pecado. El pecado sigue siendo pecado. E incluso el pecado perdonado puede tener consecuencias devastadoras, como sucedió en la vida de David. Pero Jesús promete venir y cambiar el resultado final.
ORACIÓN: Ven, Señor Jesús. Ven rápido. Amén.
Rev. Dr. Michael Zeigler, orador de La Hora Luterana
Para reflexionar:
* ¿Qué es lo que más te llama la atención en estos capítulos?
* ¿Por qué es importante el hecho de que Mateo menciona el pecado de David cuando contó la genealogía de Jesús?
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Editado por CPTLN – Chile / MGH
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