¿Has notado que la Biblia está dividida en dos partes, Antiguo y Nuevo Testamento?
Esta división no significa que son cosas distintas, pues el mensaje es el mismo: Jesucristo y su misión de rescate.
El Antiguo Testamento (AT) fue escrito antes del nacimiento de Jesús. Nos promete su venida y hace muchas predicciones sobre su vida.
La segunda sección, el Nuevo Testamento (NT), trata sobre el Salvador que vino y da detalles sobre cómo rescató al ser humano.
Ahora veamos un desglose de cada testamento.
El Antiguo Testamento y las primeras promesas
Dios prometió a Adán y Eva que enviaría a Alguien para salvar a la humanidad del pecado, de la muerte y del dominio de Satanás.
“Yo pondré enemistad entre la mujer y tú, y entre su descendencia y tu descendencia; ella te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el talón”.
Génesis 3:15
Más tarde, por el año 2000 a. C., Dios decidió hacer un pacto con un hombre llamado Abram (cuyo nombre después fue cambiado a Abraham). El pacto se renovó después con Isaac, el hijo de Abraham, y luego con Jacob (su nieto, llamado también Israel).
Pero el Señor le había dicho a Abrán: «Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Yo haré de ti una nación grande. Te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendigan, y maldeciré a los que te maldigan; y en ti serán benditas todas las familias de la tierra».
Génesis 12:1-3
Dios prometió a estas tres generaciones que haría de sus descendientes una gran nación, que les daría una tierra fértil donde vivir y que los protegería de sus enemigos, siempre y cuando ellos le rindieran culto fielmente. Por último, Dios prometió que a través de sus descendientes todas las naciones del mundo serían bendecidas. Esta parte de la promesa se haría realidad cuando naciera el Salvador prometido.
“Multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo, y a tu descendencia le daré todas estas tierras. Todas las naciones de la tierra serán bendecidas en tu simiente”.
Génesis 26:4
Estas promesas explican por qué Dios eligió llamarse a sí mismo “el Dios de Abraham, Isaac y Jacob”. También explican por qué el AT relata la historia de sus descendientes, conocidos como los hebreos, israelitas o judíos. Su historia abarca cientos de páginas, pero el relato resumido de la mayor parte de ella lo consigues en los siguientes pasajes de la Biblia: Salmos 105 y 106, Hechos 7:1-50 y Hebreos 11:1-31.
“En lo alto de la escalera, veía al Señor, que le decía: «Yo soy el Señor, el Dios de tu padre Abrahán y el Dios de Isaac. A ti y a tu descendencia les daré la tierra donde ahora estás acostado. Tu descendencia será como el polvo de la tierra, y te esparcirás hacia el occidente y el oriente, hacia el norte y el sur. En ti y en tu simiente serán bendecidas todas las familias de la tierra”.
Génesis 28:13-14
Promesas a Judá y su descendiente David
Dice Génesis 49:10:
“No se te quitará el cetro, Judá;
Ni el símbolo de poder de entre tus pies,
hasta que venga Siloh
y en torno a él se congreguen los pueblos”.
El patriarca Jacob tuvo 12 hijos. En el versículo anterior, Jacob profetiza que, de los descendientes de su cuarto hijo, Judá, surgiría un gobernante a quien todas las naciones obedecerían. Cientos de años después, por el año 1000 a. C., un descendiente de Judá se convirtió en rey de los israelitas. Su nombre era David, un piadoso hombre a quien Dios elevó de humilde pastor a gobernante de su pueblo.
A David, Dios le prometió lo siguiente: “Tus descendientes vivirán seguros, y afirmaré tu trono, el cual permanecerá para siempre” (2 Samuel 7:16).
Aquí a David se le promete un trono eterno. Esta promesa se repite una y otra vez en todo el resto del AT con más y más detalles y explicaciones específicas de que la promesa se cumpliría, finalmente, en un Rey que surgiría de la familia de David, quien viviría por siempre y establecería un reino eterno. Este Rey Eterno es, evidentemente, la misma persona de la que se habló en la promesa hecha a Judá en Génesis 49:10.
Desde el tiempo del rey David, el Salvador prometido se llamaba “Mesías” o “el Cristo”, que significa “ungido”. Este título se refiere al antiguo ritual de echar aceite en la cabeza de los reyes al ser coronados.
El Nuevo Testamento: Dios cumple su promesa
Las promesas de un Salvador hechas a Abraham y a David se cumplen claramente en la persona de Jesús de Nazaret, tal como se registra en Lucas 1:26-38 y 24:44-48.
Los primeros cuatro libros del NT, San Mateo, San Marcos, San Lucas y San Juan se llaman “evangelios”, porque hablan del Evangelio, o Buenas Nuevas, de la vida y ministerio de Jesús de Nazaret, y proclaman que Él es el tan esperado Salvador, el Cristo. Estos libros son los más importantes de la Biblia; así que la persona que quiera familiarizarse con la Biblia debe comenzar con la lectura de los Evangelios.
El libro de Hechos relata el principio de la historia de los creyentes y la expansión del mensaje de salvación de Cristo por todo el mundo mediterráneo. En las 21 cartas de los apóstoles se encuentran muchas enseñanzas claras y prácticas.
En el libro del Apocalipsis, Dios revela a los creyentes las clases de desafíos y persecuciones que encontrarán antes que Cristo vuelva a la tierra. Dios los alienta a permanecer fieles a Cristo, pues al final él obtendrá una definitiva y total victoria sobre Satanás. Los últimos dos capítulos de apocalipsis contienen una descripción del cielo y un llamado a la gente a creer en el Evangelio de Jesucristo.
En conclusión, como puedes ver, la Biblia, con su división en Antiguo y Nuevo Testamento no es una mescolanza de escritos religiosos. Su mensaje está centrado en Jesucristo. La gente que vivió antes de la llegada de Cristo se salvó por su fe en él; nosotros somos salvados al creer en el Salvador que ha venido. Ningún otro mensaje puede reconciliarnos con Dios y darnos seguridad de vida eterna después de dejar este mundo.
Artículo basado en el curso bíblico «Hacia Una Nueva Vida», de CPTLN – Chile
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