En cuanto a lo que se ofrece a los ídolos, es cierto que todos sabemos algo de eso. El conocimiento envanece, pero el amor edifica […]. Sabemos que un ídolo no tiene valor alguno en este mundo, y que solamente hay un Dios […]. Pero no todos tienen este conocimiento […]. Tengan cuidado de que esa libertad que ustedes tienen no se convierta en motivo de tropiezo para los que son débiles. Porque si a ti, que tienes conocimiento, te ve sentado a la mesa, en un lugar de ídolos, alguien cuya conciencia es débil, ¿acaso no se sentirá estimulado a comer de lo que se ofrece a los ídolos? En tal caso, ese hermano débil, por quien Cristo murió, se perderá por causa de tu conocimiento. Y así, al pecar ustedes contra los hermanos y herir su débil conciencia, pecan contra Cristo. Por lo tanto, si la comida es motivo de que mi hermano caiga, jamás comeré carne, para no poner a mi hermano en peligro de caer.
1 Corintios 8:1, 4b, 7a, 9-13
Mi esposo y yo visitamos una vez a una familia vietnamita. Por costumbre, estaban obligados a ofrecernos comida, pero no había nada en la casa que no requiriera una larga cocción. Entonces la madre se acercó al pequeño santuario familiar en la pared, tomó uno de los mangos de sacrificio, lo cortó en rodajas y nos lo ofreció.
¿Qué debíamos hacer? Por un lado, era algo que se había utilizado en la adoración de ídolos. Por otro, no queríamos ofender a la familia negándonos a comerlo. Afortunadamente, ambos recordamos esta parte de la Biblia. Mi esposo Chau y yo nos miramos, dijimos «San Pablo» al unísono y comenzamos a masticar el mango. A la señora le agradó que tuviéramos buenos modales, y eso nos permitió entablar una amistad y hablar con ella sobre Jesús.
El mismo principio a la inversa surgió en una fiesta posterior. Por una larga costumbre, solo los hombres bebían alcohol en público; las mujeres bebían té o refrescos. Pero yo no soy vietnamita. Por eso, en las fiestas, nuestros anfitriones me ofrecían cerveza y refrescos; ¿cuál debería elegir?
Podría haber ido con cerveza; tengo derecho a beber lo que quiera. Pero Dios no nos envió para ofender a los demás por hacer valer nuestros derechos, sino a compartir el amor y la salvación de Jesús. Así que elegí la gaseosa y se sintieron cómodos y pudieron escuchar. Sus necesidades eran más importantes que mis derechos.
Esto es lo que Pablo nos está enseñando: prestar atención a las necesidades de los demás, incluso si pensamos que están equivocados, y estar dispuestos a sacrificarnos cuando sea necesario para compartir el amor de Jesucristo. Entonces, ¿qué pasa si están equivocados sobre el vegetarianismo o la política, o si es moral fumar? Esas cosas no son lo suficientemente importantes como para destruir la fe de alguien. El amor requiere que tengamos paciencia con aquellos que son más débiles y que todavía no ven las cosas con claridad, y que los tratemos con el mismo amor que Jesús ha tenido por nosotros.
Porque eso es lo que Él ha hecho por nosotros, ¿no es así? Jesús vino a nosotros en nuestra oscuridad e ignorancia, y nos salvó. Él dio su vida por nosotros y nos hizo hijos de Dios mediante su muerte y resurrección. No esperó hasta que «nos portáramos bien». Nos encontró donde estábamos. Y luego, con amor, nos llevó a sí mismo.
ORACIÓN: Señor, ayúdame a amar a los demás como tú me amas a mí. Amén.
Dra. Kari Vo
Para reflexionar:
1.- ¿Alguna vez has renunciado a tus derechos para mostrar amor a otra persona?
2.- ¿A qué derechos renunció Jesús para hacerte suyo?
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