¡Ay de los pastores que destruyen y dispersan a las ovejas de mi rebaño!»
–Palabra del Señor.
Por tanto, así ha dicho el Señor y Dios de Israel a los pastores que apacientan a su pueblo: «Ustedes dispersaron a mis ovejas. No se hicieron cargo de ellas, sino que las espantaron. Por eso ahora voy a hacerme cargo de ustedes y de sus malas obras.
–Palabra del Señor.
»Yo mismo reuniré al resto de mis ovejas. Las haré venir de todos los países por los que las esparcí, para devolverlas a sus apriscos. Allí se reproducirán y se multiplicarán. A cargo de ellas pondré pastores que las cuiden y alimenten, y nunca más volverán a tener miedo ni a asustarse, y ninguna de ellas se perderá.
–Palabra del Señor.
»Vienen días en que haré que un descendiente de David surja como rey. Y será un rey justo, que practicará la justicia y el derecho en la tierra.
–Palabra del Señor.
»Durante su reinado, Judá estará a salvo, e Israel podrá vivir confiado. Y ese rey será conocido por este nombre: «El Señor es nuestra justicia».
Jeremías 23: 1-6
«¿Quién tiene la culpa?». ¿Alguna vez te has hecho esta pregunta? Yo sí, cuando algo malo está sucediendo en mi vida como una enfermedad, la pérdida de un trabajo o problemas familiares. A veces hay un «villano» a quien puedo culpar: un mal jefe, un vecino racista, un amigo o pariente con problemas graves de adicción o arrebatos de ira.
En la lectura de hoy, Dios identifica a un grupo de villanos: los líderes de Israel, quienes actuaron como malos pastores y no se preocuparon por el pueblo de Dios. Dios les dijo: «Ustedes dispersaron a mis ovejas. No se hicieron cargo de ellas, sino que las espantaron». Pero luego les dijo algo muy extraño: «Yo mismo reuniré al resto de mis ovejas. Las haré venir de todos los países por los que las esparcí».
¡Un momento! ¿Quién está al mando en todo esto, los malos pastores o Dios? ¿Quién manda aquí? Claramente, Dios no le hace mal a nadie. Pero en un sentido ambas respuestas son verdaderas. Los líderes hicieron lo malo y la gente sufrió como resultado. Pero Dios tomó ese mal y lo transformó. Lo usó para sus propios propósitos: envió al pueblo de Israel al exilio, pero luego los devolvió arrepentidos y, al menos en parte, curados de su tendencia a seguir a otros dioses. Los trajo de regreso mejor preparados para la venida de Jesús.
Dios también hace esto con nosotros. Cuando los problemas llegan a nuestras vidas, sufrimos y Dios se entristece por nosotros, porque nos ama. Como dijo Jeremías: «El Señor no nos abandonará para siempre; nos aflige, pero en su gran bondad también nos compadece. No es la voluntad del Señor afligirnos ni entristecernos» (Lamentaciones 3: 31-33). Pero a medida que continuamos viviendo en Dios y confiando en Dios, Él obra sus milagros en nuestros corazones. Él fortalece nuestra fe, nos acerca a Él y se ocupa de las áreas débiles de nuestra vida.
Tal vez no deberíamos sorprendernos de que Dios transforme nuestro sufrimiento y saque algo bueno de él. Después de todo, esto es exactamente lo que hizo por nosotros en su sufrimiento y muerte en la cruz. Como pueblo redimido de Jesús, sabemos que enfrentaremos sufrimiento en este mundo, tal como lo hizo Él; pero también confiamos en que Dios lo usará y lo transformará para nuestro bien, así como Dios el Padre resucitó a Jesús de entre los muertos y lo hizo fuente de vida eterna para todos los que confían en él.
ORACIÓN: Amado Señor, cuando yo sufra, ayúdame a confiar en ti. Amén.
Dra. Kari Vo
Para reflexionar:
* ¿Qué le preguntas a Dios en medio de tu sufrimiento?
* Los cristianos creemos en un Dios que ha experimentado el sufrimiento. ¿Cómo cambia esto tu actitud hacia la vida? ¿Hacia Dios?
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