Bien harán ustedes en cumplir la ley suprema de la Escritura: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo».
Santiago 2: 8
Una familia nueva acaba de mudarse al lado nuestro, al lado este de nuestra casa. Todavía no los he ido a conocer. Es que llegamos a ser buenos amigos de los vecinos anteriores que vivieron allí durante los últimos cinco años. Y no estoy seguro de tener la energía para empezar de nuevo a conocer a los vecinos nuevos.
Recuerdo estar sentado en la clase de religión en octavo grado, escuchando a la maestra hablar sobre este gran mandamiento de la Biblia: «Ama a tu prójimo como a ti mismo». Mi amigo, David, levantó la mano y dijo: «Entonces, si se supone que debo amar a mi prójimo como a mí mismo, ¿significa eso que solo tengo que amar a las personas que viven al lado mío?». «No, David», explicó la maestra, «tu prójimo no es solo tu vecino de al lado. Todo el mundo es tu prójimo». Si alguna vez has estado en una clase de religión, sabes que esa es la respuesta estándar a la pregunta «¿quién es mi prójimo?». Todos la usan. Se supone que debemos amar a todos. Pero a favor de David, el pasaje de la Biblia no dice «ama a todos». Dice: «ama a tu prójimo».
Pensemos un poco en eso. Porque amar a todos a la vez es un trabajo solo a la altura de Dios. Quizá podemos comenzar con algo más pequeño. Ama a tu vecino, ama a la persona que está cerca de ti. Cruza la calle. Toca la puerta. Dale la bienvenida a tu nuevo vecino a tu vida. Si lo que Dios nos mandó a hacer solamente significa «amar a todos», podríamos pensar que eso quiere decir «tener sentimientos cálidos y buenos hacia todos, a mi forma, virtualmente». Así, es más fácil decirme a mí mismo «yo sí amo a todo el mundo», aun cuando estoy evitando estar con personas difíciles con problemas reales justo frente a mí. Y gran parte de nuestro estilo de vida de conducción de automóviles, aire acondicionado y programas por Internet disponibles cuando nos dé la gana nos alienta a hacer precisamente eso: estar encerrados en nosotros mismos, en lugar de con la gente de nuestro vecindario.
Los cristianos sabemos que Dios nos ama a todos, no virtualmente, sino en persona. Jesús es la Palabra eterna y personal de Dios, quien pagó un precio alto para convertirse en nuestro prójimo. Se hizo humano. Cruzó la calle y llamó a nuestra puerta. No le importó lo difícil que sería vivir en nuestra misma calle. Su muerte en la cruz lo prueba. Y se levantó de entre los muertos para poder seguir siendo nuestro prójimo, para poder recibirnos a ti y a mí en su vida eterna.
Jesús nos muestra que la cercanía física, que la proximidad geográfica, que los vecinos son importantes para Dios. Ser un buen vecino de al lado es una gran vocación. Esta nueva familia que se mudó a nuestro lado solo tiene un vecino del lado oeste en el mundo: mi familia y yo. ¿Y usted? ¿Quiénes son sus vecinos?
ORACIÓN: Jesús, gracias por ser mi prójimo. Vive en mí, para que yo pueda ser un verdadero prójimo, comenzando con mis vecinos de al lado. Amén.
Rev. Dr. Michael Zeigler, orador de La Hora Luterana.
Para reflexionar:
* ¿Has tenido algún «vecino loco»? ¿Por qué te costaba amarlo?
* ¿Cómo puedes expandir tu práctica de amar a una persona que viva cerca de ti?
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