Y Jesús les dijo: «De cierto, de cierto les digo, que no fue Moisés quien les dio el pan del cielo, sino que es mi Padre quien les da el verdadero pan del cielo. Y el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo». Le dijeron: «Señor, danos siempre este pan». Jesús les dijo: «Yo soy el pan de vida. El que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás».
(Juan 6:32-35).
La comida es esencial para nuestra supervivencia. Es el combustible que nos da la energía necesaria para funcionar. Todos tenemos comidas favoritas. Hay familias, por ejemplo, que acompañan con pan todas las comidas. ¡Y qué bendición es tener pan! Porque todos hemos experimentado en algún momento la sensación de hambre. Pero el hambre que sentimos en este mundo es solo una sombra del hambre verdadera, la necesidad espiritual que todos tenemos.
Jesús entendió esto claramente cuando dijo: «Yo soy el pan de vida. El que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás». Él se ofreció a sí mismo como nuestro alimento espiritual, y lo hizo de una manera que nadie más podría hacerlo. Al morir en la cruz, tomó sobre sí mismo el castigo que merecíamos por nuestros pecados y nos ofreció vida eterna en su resurrección. En su muerte, Él nos alimentó con la vida que necesitábamos desesperadamente.
En su iglesia, seguimos comiendo de la mesa que Jesús preparó para nosotros. Cada vez que celebramos la Santa Cena, recibimos el cuerpo y la sangre de Cristo en el pan y el vino. Este es un acto de amor y gracia que nos recuerda que nuestra hambre espiritual solo puede ser satisfecha por el pan de vida, que es Jesús.
Amado Dios, gracias por enviarnos a Jesús como nuestro Pan de Vida. Ayúdanos a recordar siempre que sólo en Él podemos encontrar la satisfacción completa para nuestras almas. Amén.
Diaconisa Noemí Guerra
Para reflexionar:
* ¿De qué formas te acerca Dios a Jesús como tu Pan de Vida?
* ¿Cómo puedes compartir el Pan Vivo de Cristo con aquellos que están hambrientos espiritualmente?
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