Recuerda, Señor, que en todo tiempo me has mostrado tu amor y tu misericordia. Tú, Señor, eres todo bondad. Por tu misericordia, acuérdate de mí; pero olvídate de que en mi juventud pequé y fui rebelde contra ti.
Salmo 25: 6-7
Cuando nos preocupa que vayamos a olvidar algo, tomamos notas para recordar una reunión, el cumpleaños de un amigo u otros eventos especiales. Los recordatorios son de mayor importancia a medida que avanzamos en edad. Es de esperar que olvidemos ciertas cosas, pero la pérdida severa de la memoria es aterradora. Nuestra capacidad para recordar cosas nos preocupa mucho, pero al salmista no le preocupa la memoria humana ni siquiera su propia memoria. Le preocupa la capacidad de Dios para recordar y olvidar.
¿Cómo puede Dios olvidar algo? Él es Dios y conoce todas las cosas. Sin embargo, el salmista le ruega a Dios que recuerde y que olvide. La oración del salmista, y la nuestra, es que Dios recuerde su misericordia y su gran amor. Estos atributos son suyos «en todo tiempo». Queremos que Dios recuerde su amor, pero con el salmista oramos para que Dios no recuerde nuestros pecados de juventud y nuestras transgresiones diarias. ¡Si tan solo Dios se acordara de nosotros, no en su justa ira contra el pecado, sino de acuerdo con su amor inquebrantable!
Dios nos conoce muy bien, y nos recuerda con amor. «No nos ha tratado como merece nuestra maldad, Ni nos ha castigado como merecen nuestros pecados […] pues él sabe de qué estamos hechos; ¡él bien sabe que estamos hechos de polvo!» (Salmo 103: 10, 14).
Con amor y misericordia, Dios prometió establecer un nuevo pacto con su pueblo, un pacto en el que prometió: «No volveré a acordarme de su pecado» (Jeremías 31: 34b). En el momento preciso, Dios actuó con amor y misericordia, enviando a su Hijo al mundo para que fuera nuestro Salvador. El pacto se cumplió y el amor inquebrantable y la misericordia de Dios se revelaron en la cruz de Jesús y en la tumba vacía. Por Jesús, Dios se niega a recordar nuestros pecados. Él arrojará «al mar profundo todos nuestros pecados» (Miqueas 7: 19b), quitando esos pecados lejos de su vista, pecados que nunca más recordará.
Y ahora, perdonados en Cristo, es nuestro turno de recordar. Recordamos todo lo que Dios ha hecho por nosotros. En la adoración, en las devociones personales y en el estudio de la Palabra de Dios, repasamos una y otra vez los poderosos actos de Dios que trajeron nuestra salvación. Atesoramos sus promesas y su amor inquebrantable. En la Cena del Señor, cuando recibimos el precioso regalo del cuerpo y la sangre de Jesús, dado y derramado para el perdón de nuestros pecados, recordamos y proclamamos la muerte del Señor hasta que Él regrese.
Puede llegar el día en que no podamos recordar algunas cosas. Es posible que no podamos recordar todo lo que Dios ha hecho por nosotros. Pero en respuesta a nuestras oraciones, Dios no recordará nuestros pecados. Él recordará su misericordia y su amor inquebrantable desde siempre. Nos recordará. «Yo nunca me olvidaré de ti. Yo te llevo grabada en las palmas de mis manos» (Isaías 49: 15b-16a). Levantados en las manos de nuestro Salvador que tienen cicatrices de clavos, somos sostenidos en la memoria de Dios.
ORACIÓN: Señor Jesús, en tu misericordia y bondad, acuérdate de mí. Amén.
Dra. Carol Geisler
Para reflexionar:
* ¿Tienes personas en tu vida que conocen lo bueno, lo malo y lo feo de ti y te quieren de todos modos?
* ¿Por qué crees que Dios eligió no recordar los pecados de nuestra juventud, o incluso los de hace veinte minutos?
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