Después de esto vi aparecer una gran multitud compuesta de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas. Era imposible saber su número. Estaban de pie ante el trono, en presencia del Cordero, y vestían ropas blancas; en sus manos llevaban ramas de palma, y a grandes voces gritaban: «La salvación proviene de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero»…
Entonces uno de los ancianos me dijo: «Y estos que están vestidos de ropas blancas, ¿quiénes son? ¿De dónde vienen?». Yo le respondí: «Señor, tú lo sabes». Entonces él me dijo: «Éstos han salido de la gran tribulación. Son los que han lavado y emblanquecido sus ropas en la sangre del Cordero. Por eso están delante del trono de Dios, y le rinden culto en su templo de día y de noche; y el que está sentado en el trono los protege con su presencia. No volverán a tener hambre ni sed, ni les hará daño el sol ni el calor los molestará, porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará y los llevará a fuentes de agua de vida, y Dios mismo secará de sus ojos toda lágrima».
Apocalipsis 7: 9-10, 13-17
Me pareció que esa era una forma extraña de decirlo: «el que está sentado en el trono los protege con su presencia». ¿Cómo es que la simple presencia de alguien se convierte en un refugio de protección? Pero luego recordé las palabras de Jesús a sus enemigos no mucho antes de ir a la cruz: «¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que son enviados a ti! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como junta la gallina a sus polluelos debajo de sus alas, y no quisiste!» (Mateo 23:37).
Mi experiencia con las gallinas es bastante limitada, pero la mayoría de las personas sabe lo que hace una gallina cuando sus polluelos están asustados o en peligro: levanta las alas, esponja las plumas y sus crías corren para esconderse debajo de su cuerpo. Terminan con la cabeza en la cálida capa de pelusa, junto a su piel, y sus piernas asomándose por debajo. Allí están calentitos y cómodos. Probablemente hasta puedan oír los latidos del corazón de su mamá.
¡Qué imagen tan acogedora de cómo Jesús nos cobija! Él hace de su propio cuerpo nuestro refugio, nuestra seguridad. No importa si estamos pasando por un peligro grave o no. Siempre somos bienvenidos a correr y encontrar refugio en su presencia. Él mismo es nuestro refugio.
Pero eso no nos sorprende pues nuestro Dios nos ama tanto que estuvo dispuesto a entregar su cuerpo a la muerte en la cruz. Él entregó su vida para salvarnos, pues nos ama como una madre ama a sus polluelos. Y él resucitó de entre los muertos para que su presencia fuera nuestro refugio para siempre, tanto ahora como hasta el fin de los tiempos. Así de mucho te ama.
ORACIÓN: Señor, cuando tenga miedo o esté en peligro, tómame bajo tus alas. Amén.
Dra. Kari Vo
Para reflexionar:
* ¿De qué formas te ha protegido Dios en tiempos difíciles?
* ¿Cómo ha trabajado Dios a través de ti para proteger a otros?
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