Señor, ¡respóndeme pronto, pues ya se me acaba el aliento! No me niegues tu ayuda, porque entonces seré como los muertos. Por la mañana hazme saber de tu amor, porque en ti he puesto mi confianza. Hazme saber cuál debe ser mi conducta, porque a ti dirijo mis anhelos.
Salmo 143:7-8 DHH
«¡Señor, respóndeme pronto!».
¿Cuántas veces hemos orado de esa manera, en un grito desesperado de última hora por ayuda? Estamos sufriendo en alguna prueba, enfermedad o pena. Nuestros espíritus están aplastados y fallando rápidamente. ¿Por qué Dios no ayuda? ¿Se está escondiendo realmente de nosotros?
En la bendición que se usa a menudo al final de un servicio de adoración, escuchamos las palabras: «¡Que el Señor haga resplandecer su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia!» (Números 6:25). Es una oración para que el Señor vuelva su rostro resplandeciente hacia nosotros y nos mire con favor. Pero con esta oración del salmo nos preguntamos si su rostro está mirando para otro lado y escondido de nosotros. Es una súplica como la de los discípulos en la barca que se hunde en el mar de Galilea: «¡Maestro! ¿Acaso no te importa que estamos por naufragar?» (Marcos 4:38b).
El Salvador estaba en la barca con sus discípulos. A Él sí le importó y calmó el viento y las olas. Dios escucha nuestras oraciones y le importa. Como pregunta el apóstol Pablo: «El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?» (Romanos 8:32). El Hijo de Dios nos guarda del foso de la desesperación y la muerte porque Él descendió al foso de la muerte por nosotros. El Señor que padeció, murió y resucitó por nuestra salvación nunca esconderá su rostro de nosotros.
En este salmo exigimos una respuesta a nuestras oraciones, pero incluso nuestras demandas temerosas y aisladas se hacen en respuesta al propio mandato e invitación de Dios: «Invócame en el día de la angustia; yo te libraré, y tú me honrarás» (Salmo 50:15). Se nos dice: «Estén siempre gozosos. Oren sin cesar. Den gracias a Dios en todo, porque ésta es su voluntad para ustedes en Cristo Jesús» (1 Tesalonicenses 5:16-18). Esta es la voluntad de nuestro Padre amoroso. Él quiere que sus hijos vengan a Él, en los momentos de alegría y en los días desesperados: «El Señor se compadece de los que le honran con la misma compasión del padre por sus hijos» (Salmo 103:13).
Después de una larga noche de insomnio, oramos para que Dios nos haga «saber de su amor por la mañana». Su amor constante es el amor de su pacto, el amor inagotable que no escatimó a su propio Hijo. Después de calmar la tormenta en el mar de Galilea, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Por qué tienen tanto miedo? ¿Cómo es que no tienen fe?» (Marcos 4:40b). Respondiendo a esa misma pregunta, oramos con el salmista: «En ti he puesto mi confianza». Nuestro amoroso Padre Celestial nos invita a confiar en Él y a aferrarnos a las promesas de su Palabra. En respuesta, oramos: «A ti dirijo mis anhelos».
ORACIÓN: Señor y Dios, a ti dirijo mis anhelos. Escucha y contesta mis oraciones. Amén.
Dra. Carol Geisler
Para reflexionar:
* ¿Oras por paciencia cuando le pides a Dios que tome el control de una situación urgente en tu vida?
* ¿Qué significa para ti «orar sin cesar»? ¿Cómo sería en la vida real?
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