Te alabo, Señor, porque me has salvado; porque no dejaste que mis enemigos se burlaran de mí. Mi Señor y Dios, te pedí ayuda, y tú me sanaste; tú, Señor, me devolviste la vida; ¡me libraste de caer en el sepulcro!
Salmo 30: 1-3
Cuando Daniel fue arrojado a un foso de leones, sus enemigos se alegraron. El rey Darío, el gobernante de los medos y los persas, había prohibido la oración a cualquier dios u hombre que no fuera él mismo. Pero aun estando bajo amenaza de muerte, el judío exiliado Daniel permaneció fiel al Dios de Israel. Los enemigos de Daniel lo traicionaron y él fue condenado a muerte. El rey, quien respetaba a Daniel, dijo: «El Dios a quien tú sirves sin cesar habrá de librarte» (Daniel 6: 16b). Dios liberó a su siervo, y Daniel fue librado «de caer en el sepulcro». El rey, impresionado con el poder del Dios que cerró la boca de los leones, decretó: «Porque él es el Dios viviente (…) Él salva y libra» (Daniel 6: 26b, 27a).
Dios vino a la tierra para vivir entre nosotros, para librarnos y rescatarnos de enemigos mucho más mortales que los leones hambrientos. Jesús, Dios el Hijo, fue, como Daniel, traicionado y condenado por sus enemigos. Según el plan de Dios para nuestra salvación, el Hijo fiel fue clavado en la cruz. Sus oponentes se burlaron de Él, como lo describió su antepasado David mucho antes: «Como leones feroces y rugientes, abren sus fauces, dispuestos a atacarme» (Salmo 22:13). A diferencia de Daniel, Jesús no fue librado de la muerte. Nuestro Señor asumió la pena de muerte que merecíamos por nuestros pecados. Bajó al Seol, el lugar de los muertos. Su cuerpo fue bajado de la cruz y sellado en la fosa de una tumba. Pero en la primera mañana de Pascua, Jesús fue levantado de entre los muertos, sacado del Seol y rescatado «de caer en el sepulcro».
Nuestros enemigos: el pecado, la muerte y Satanás, no pueden burlarse de nosotros porque en el Bautismo somos sepultados con Jesús y resucitados con Él a una nueva vida. Somos sanados de nuestros pecados a través del perdón que Jesús ganó para nosotros en la cruz. Restaurados a una nueva vida en nuestro Salvador, seguimos sus pasos, siendo testigos del Dios vivo que libera y rescata del pecado y la muerte.
Cuando nuestro Señor Jesús regrese en el último día, todos los que confían en él serán resucitados de la muerte como él resucitó. Como escribe el apóstol Juan sobre la segunda venida de nuestro Señor: «Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él porque lo veremos tal como él es» (1 Juan 3: 2b). Ese día seremos restaurados a la vida, en cuerpo y alma, para no morir nunca más. La muerte, el último enemigo, será destruida para siempre. Con todos los santos, alabaremos al Dios vivo que nos libró y rescató: «Te alabo, Señor, porque me has salvado (…) me devolviste la vida; ¡me libraste de caer en el sepulcro!».
ORACIÓN: Dios y Salvador, me has restaurado para andar en una nueva vida. Guíame por tu Espíritu para compartir tu amor con los demás. Amén.
Dra. Carol Geisler
Para reflexionar:
* ¿Conoces a alguien que tenga una fe tan valiente y confiada como la de Daniel?
* ¿Cuándo fue la última vez que Dios te sacó del pozo de una situación difícil?
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