«Búsquenme a mí, el Señor, y vivirán. De lo contrario, arremeteré como un fuego contra la tribu de José, y la consumiré y no habrá en Betel quien pueda apagar el fuego».
Ustedes, los que convierten el juicio en amargura y arrojan por el suelo la justicia…
Pero ustedes aborrecen a quienes los reprenden en las puertas de la ciudad; detestan a los que hablan con rectitud.
Por lo tanto, y puesto que ustedes ultrajan a los pobres y les cobran impuestos por su trigo, jamás habitarán las casas de piedra labrada que han construido, ni beberán jamás el vino de las hermosas viñas que plantaron.
Yo sé muy bien que ustedes son muy rebeldes, y que cometen grandes pecados; sé también que oprimen a la gente honrada, que reciben soborno, y que en los tribunales impiden que los pobres ganen su pleito.
¡Vivimos en tiempos tan corruptos, que la gente prudente prefiere callar!
Busquen lo bueno, y no lo malo, y vivirán. Así el Señor, el Dios de los ejércitos, estará con ustedes, como dicen que está.
Aborrezcan el mal; amen el bien. En los tribunales, impartan justicia. Tal vez entonces el Señor y Dios de los ejércitos tendrá piedad del remanente de José.
Amós 5: 6-7, 10-15
Escribí esta devoción pocos días después del asalto al Capitolio en Washington, D.C. Nos habían advertido que vendría más violencia en las capitales estatales de todo el país, incluida una que queda a cinco minutos de donde mi hijo está estudiando. Cogí el teléfono para advertirle que se quedara en el campus y evitara ir a ningún lado o meterse en discusiones políticas. Y surgió el versículo de la lectura de hoy: «¡Vivimos en tiempos tan corruptos, que la gente prudente prefiere callar!».
Este no es un momento seguro para estar vivo. Es un momento en el que los amigos y vecinos están en desacuerdo, y donde las personas que normalmente considerarías dignas de confianza resultan ser todo lo contrario. Si le dices algo incorrecto a la persona equivocada, ¿quién sabe qué podría pasar? Hay demasiada maldad. Quiero que mi hijo mantenga la cabeza agachada, que pase desapercibido. Quiero que se quede callado, al menos por ahora.
Y, sin embargo, no puedo evitar notar que Jesús hizo exactamente lo contrario. Él también vivió en una época malvada y peligrosa: un hombre de un pueblo conquistado, sujeto a reyes y gobernantes que tenían poco límite de su poder. Creció entre vecinos que intentaron arrojarlo por un precipicio cuando era adulto. Y llevó a cabo su ministerio con su traidor al lado, quien esperaba la oportunidad de entregarlo a su muerte.
¿Por qué Jesús no se quedó callado? Sus tiempos también eran muy malos.
Conocemos la respuesta. Lo hizo por nosotros.
Jesús vino como la Palabra de Dios, hablando a nuestras tinieblas, dándonos vida y luz. Quería ser visto y escuchado, notado por tantas personas como fuera posible, con la esperanza de que algunos creyeran en Él y fueran salvos. Jesús no podía quedarse callado porque nos amaba. Cuando comenzó a predicar y a enseñar, sabía que le vendría la muerte. Pero lo aceptó por nuestro bien, porque su vida, muerte y resurrección serían nuestra salvación.
Me alegro de que Jesús no se haya quedado en silencio. Si lo hubiera hecho, podría haberse salvado a sí mismo. Pero nunca nos habría salvado a nosotros. Y para Él, eso era lo más importante, porque nos ama.
ORACIÓN: Señor Jesús, gracias porque hablaste, asumiste las consecuencias y nos salvaste para ser tu pueblo. Amén.
Dra. Kari Vo
Para reflexionar:
* ¿En qué momentos tiendes a guardar silencio?
* ¿Por qué crees que las Escrituras llaman a Jesús «la Palabra de Dios»?
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