Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él.
Juan 3:16-17
He trabajado como profesora y como tutora. La diferencia más grande entre ambas es que los profesores suelen trabajar con clases numerosas, mientras que los tutores trabajan individualmente. Pero descubrí que también había una diferencia emocional.
Cuando era profesora, mis alumnos estaban nerviosos e incómodos a mi alrededor, por lo que tuve que trabajar muy duro para cambiar eso. Me veían como un adversario, como alguien que buscaba razones para bajar su calificación. Pero cuando era tutora, desde el principio mis alumnos sabían que estaba de su lado. No estaba repartiendo calificaciones; si les señalaba un error, sabían que lo estaba haciendo para que tuvieran éxito en sus estudios. Esto permitía que nuestra relación fuera mejor.
Por supuesto que esto no es justo para los profesores que aman a sus alumnos y se preocupan por ellos. Pero los estudiantes no siempre piensan así, y por eso a veces son injustos con ellos: asumen que su objetivo es condenar, y arruinan así la relación.
Algo similar hacemos con Dios. Sabemos que él es nuestro Creador que nos conoce de principio a fin y que algún día será nuestro Juez. Y sabemos que somos pecadores que no estamos a la altura de la perfección de Dios, y que si él decidiera calificarnos, fracasaríamos. No es de extrañar que nos acerquemos a Dios como adversarios. Sabemos que merecemos ser condenados y automáticamente asumimos que eso es lo que Dios quiere hacer.
En contra de esto, Jesús clama desde su corazón: «De tal manera amó Dios al mundo (…) Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él».
Creo que debe romperle el corazón a Dios ver la forma en que caminamos de puntillas a su alrededor, a veces leyendo la preocupación en nuestros ojos y el miedo en nuestros corazones. ¡Eso no es lo que Dios quiere para nosotros! Él quiere que vivamos plenamente, que seamos salvos, que tengamos vida eterna, gozosa y buena con Él para siempre, llena de amor y bendición. Lo desea tanto, que vino a nuestro mundo para ser nuestro salvador en Jesús, su único hijo, que sufrió y murió por nosotros. Con su muerte él quitó la condenación que estaba contra nosotros y con su resurrección nos asegura que todos los que confiamos en él podemos acercarnos a Dios con amor agradecido y confianza. Él nos lo ha dicho: «Por tanto, no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús» (Romanos 8: 1).
ORACIÓN: Padre, gracias porque quieres lo mejor para mí y por no condenarme. Amén.
Dra. Kari Vo
Para reflexionar:
* ¿Quién fue tu mejor maestro o jefe? ¿Cómo supiste que se preocupaba por ti?
* ¿Qué puedes hacer para recordar que Dios te ama mucho y quiere que seas salvo?
© Copyright 2021 Cristo Para Todas Las Naciones
Suscríbete y recibe el devocional diariamente en tu e-mail: