
Todos ustedes son míos. Lo mismo el padre que el hijo. Sólo morirá quien peque. Nadie más. […] Pero si el malvado da la espalda a todos los pecados que cometió, y cumple todos mis estatutos y actúa con apego al derecho y la justicia, no morirá, sino que vivirá. […] Pueblo de Israel, ¿por qué tienen que morir? Apártense de todas las transgresiones que han cometido, y forjen en ustedes un corazón y un espíritu nuevos, porque yo no quiero que ninguno de ustedes muera. Así que vuélvanse a mí, y vivirán. Palabra de Dios el Señor.
(Ezequiel 18:4, 21, 31-32).
Dios es justo y recto. Él condena nuestra tendencia de justificarnos a nosotros mismos y de culpar a Dios (o a cualquier otra persona) de la injusticia y nuestras acciones.
Pero él también es amoroso, y no quiere que ninguno de nosotros muera en nuestro pecado. Así que nos llama al arrepentimiento y a la fe en su perdón. El problema es que ¡es imposible arrepentirnos por nosotros mismos!
La buena noticia es que la cruz de Cristo nos abre el camino del arrepentimiento a la vida con Dios. En Filipenses 2:8 a 11, leemos que Jesús «se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también lo exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios el Padre».
Él nos da su nombre en nuestro Bautismo y usa su autoridad para predicar un bautismo de arrepentimiento para el perdón de pecados. ¡Aleluya!
Oremos: Señor, ayúdanos a apartarnos de toda maldad y transgresiones, y forja en nosotros un corazón y un espíritu nuevos. Mantennos firmes en la justicia de Cristo, que satisface tu justicia y nos da nueva vida. Amén.
Diaconisa Noemí Guerra
Para reflexionar:
* ¿De qué cosas te cuesta más arrepentirte?
* ¿De qué necesitas arrepentirte hoy?
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