Que las naciones griten de alegría, pues tú gobiernas los pueblos con justicia; ¡tú diriges las naciones del mundo! Oh Dios, que te alaben los pueblos; ¡que todos los pueblos te alaben!
Salmo 67:4-5 (DHH)
Dios «gobierna los pueblos con justicia y dirige las naciones del mundo». Pero ¿quieren las naciones su dirección? ¿Quieren los pueblos ser gobernados?
Las naciones y los pueblos no quieren realmente la dirección divina; y los que abiertamente buscan liberarse de ella son todos pecadores caídos. Ninguno de nosotros quiere la guía del Señor. Merecemos su justo juicio contra el pecado, pero tampoco queremos admitirlo. Sin embargo, Dios es el Creador y Señor de todas las naciones, «el cual quiere que todos […] sean salvos y lleguen a conocer la verdad» (1 Timoteo 2:4).
La verdad que Dios quiere que sepamos es para todas las naciones. Es la verdad de la salvación por la fe en Jesús. Dios ama al mundo y a las personas que Él creó. Él envió a su Hijo para ser el Salvador de todas las personas, pero cuando Jesús nació y vivió entre nosotros, muchas personas no querían la guía de Dios. Reyes y gobernantes se opusieron al Mesías. Las naciones se enfurecieron y el pueblo conspiró «en contra del Señor y de su Mesías. Y dijeron: «¡Vamos a quitarnos sus cadenas! ¡Vamos a librarnos de sus ataduras!»» (Salmo 2:2b-3). Buscando liberarse de las cuerdas de la guía amorosa de Dios y de las ataduras de su justo juicio, conspiraron contra el Hijo de Dios y lo entregaron para ser crucificado. Sin embargo, todo esto era parte del diseño de Dios para nuestra salvación, su plan establecido antes de la fundación del mundo. Jesús sufrió y murió en la cruz. La ira de Dios, su justo juicio contra los pecados de todas las naciones cayó sobre su Hijo. Con su muerte, Jesús expió «nuestros pecados; y no solamente […] los nuestros, sino también […] los de todo el mundo» (1 Juan 2:2b).
«¡Que todos los pueblos te alaben!». Este salmo es un llamado al arrepentimiento y la alabanza, diciéndonos que pongamos nuestra confianza y esperanza en el Dios que juzga con equidad, el Dios cuyo juicio recayó, por nuestra salvación, en su propio Hijo. Nuestro Salvador crucificado y resucitado es Rey de reyes y Señor de señores. Jesús reina ahora sobre todas las naciones y dirige todas las cosas según su voluntad. Él dijo: «Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra» (Mateo 28:18b). Con esa autoridad nos manda a proclamar la Buena Noticia de salvación a todas las naciones, porque viene el día en que el Rey de reyes volverá en gloria para juzgar a las naciones. ¡En ese gran día, todas las personas se inclinarán ante Él y todos los que confían en Él se regocijarán y cantarán de alegría!
ORACIÓN: Jesús, tú eres Rey de reyes y Señor de señores. ¡Ven, Señor Jesús! Amén.
Dra. Carol Geisler
Para reflexionar:
* ¿Qué es más fácil para ti, juzgar o perdonar? ¿Por qué?
* ¿De qué manera saber que el justo juicio de Dios cayó sobre Jesús, y no sobre nosotros, te da motivos para agradecerle y alabarle?
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