El Señor llamó a Moisés desde el monte, y Moisés subió para hablar con Dios. Y Dios le dijo: «Habla con la casa de Jacob. Diles lo siguiente a los hijos de Israel: «Ustedes han visto lo que he hecho con los egipcios, y cómo los he tomado a ustedes y los he traído hasta mí sobre alas de águila. Si ahora ustedes prestan oído a mi voz y cumplen mi pacto, serán mi tesoro especial por encima de todos los pueblos, porque toda la tierra me pertenece. Ustedes serán para mí un reino de sacerdotes y un pueblo santo. Estas mismas palabras les dirás a los hijos de Israel».
Moisés volvió y llamó a los ancianos del pueblo, y en su presencia expuso todas las palabras que el Señor le había mandado decir. Todo el pueblo respondió al unísono: «Haremos todo lo que el Señor ha dicho».
(Éxodo 19:3-8a)
«Haremos todo lo que el Señor ha dicho». Cuando leo estas palabras, pienso en un experimento que solía hacer con mis alumnos de la escuela dominical.
Una vez cada dos años, más o menos, aprendíamos sobre los Diez Mandamientos y discutíamos su significado a la luz de las enseñanzas de Jesús en el Sermón del Monte en Mateo 5 y los dos capítulos siguientes. Entonces el «No matarás» implica también no dañar a nadie ni odiar a un hermano. Y «No cometerás adulterio» implica también evitar los pensamientos y las palabras que conducen al pecado sexual.
Entonces hacía un trato con mis estudiantes: si uno de ellos, ¡sólo uno!, lograba vivir 24 horas perfectamente durante la semana siguiente, yo compraría pizza para toda la clase. Por supuesto que quedaban encantados, pensando que sería fácil. Pero a la semana siguiente regresaron con la cabeza baja. No tuve que preguntar para saber cuál había sido el resultado. Nadie había logrado vivir sin pecar, ni siquiera por 24 horas. Habían perdido.
Esto es bastante parecido a lo que pasó en Israel. «Haremos todo lo que el Señor ha dicho», dijeron. Y el resto del Antiguo Testamento nos dice exactamente qué pasó con esa promesa: idolatría, codicia, opresión, desobediencia, desastre, vergüenza… en fin, pecado. El pueblo de Israel nos representa a nosotros, a toda la humanidad; lo intentaron, pero no lo lograron. Y nosotros tampoco.
Pero hay buenas noticias para ellos y para nosotros también. Dios siempre supo que no podíamos hacerlo: el experimento, si podemos llamarlo así, fue por nuestro bien, para que nos diéramos cuenta de que necesitamos ayuda, que necesitamos un Salvador. Y lo tenemos en Jesucristo.
Él es Dios mismo convertido en ser humano, el único ser humano verdaderamente perfecto que jamás haya caminado sobre la tierra, que vino por amor a nosotros. A través de su muerte y resurrección libremente escogidas, Jesús tomó nuestro pecado y nos dio su bondad, tomó nuestra muerte y nos dio la vida eterna. Y su Espíritu Santo rehace nuestros corazones a su imagen.
Oremos: Querido Señor, gracias por el gozo y el perdón que nos das gratuitamente. Amén.
Dra. Kari Vo
Para reflexionar:
* Cuando piensas en el pecado, ¿piensas en acciones individuales o en algo más?
* Recuerda una ocasión en que alguien te mostró una gracia inmerecida en tu vida.
© Copyright 2023 Cristo Para Todas Las Naciones
Suscríbete y recibe el devocional diariamente en tu e-mail: