Por la gracia que me es dada, digo a cada uno de ustedes que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con sensatez, según la medida de fe que Dios repartió a cada uno. Porque así como en un cuerpo hay muchos miembros, y no todos los miembros tienen la misma función, así también nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo en Cristo, y cada miembro está unido a los demás. Ya que tenemos diferentes dones, según la gracia que nos ha sido dada, si tenemos el don de profecía, usémoslo conforme a la medida de la fe. Si tenemos el don de servicio, sirvamos; si tenemos el don de la enseñanza, enseñemos; si tenemos el don de exhortación, exhortemos; si debemos repartir, hagámoslo con generosidad; si nos toca presidir, hagámoslo con solicitud; si debemos brindar ayuda, hagámoslo con alegría
(Romanos 12:3-8).
Escuché una vez que alardear de nuestros talentos es tan tonto como que un martillo quiera llevarse el crédito por la construcción de una elaborada catedral. Piénsalo por un momento.
¿Quién, en su sano juicio, pediría conocer al «martillo» que hizo posible semejante obra de arte? Y es que el martillo no es nada si no tiene quien lo sostenga. Quien se lleva el mérito por un trabajo bien hecho no es la herramienta sino quien la usa. ¿No es así?
Tú y yo somos como herramientas en las manos de Dios. Cada uno de nuestros dones sirve para algo en su reino. Pablo nos anima a usar nuestros talentos para ayudar a otros y nos dice que evitemos sentirnos superiores, ya que esos talentos son un regalo de Dios y no algo que merecemos. Por lo tanto, debemos vernos como seguidores de Cristo en servicio a los demás.
Porque, así como el cuerpo humano está compuesto de muchas partes, pero no todas ellas tienen la misma función, algo parecido pasa con nosotros como iglesia: Dios nos ha dado a cada uno diferentes capacidades y talentos. Por eso, si Dios nos autoriza para hablar en su nombre, hagámoslo como corresponde a un seguidor de Cristo. Si nos pone a servir a otros, sirvámosles como Cristo nos sirvió a nosotros. Si nos da la capacidad de enseñar, dediquémonos a enseñar. Si nos pide animar a los demás, hagámoslo con amor y compasión. Si de compartir nuestros bienes se trata, no seamos tacaños. Si debemos dirigir a los demás, pongamos en ello todo nuestro empeño. Y si nos toca ayudar a los necesitados, hagámoslo con alegría.
Entonces, no seamos martillos presumidos. Reconozcamos que el valor de nuestra vida está únicamente en las manos de Cristo, que es quien nos sostiene.
Dios, te agradezco por los dones y talentos que me has dado. Ayúdame a usarlos siempre para servir a los demás. Por Jesús. Amén.
Para reflexionar:
* ¿Cómo puedes evitar caer en la trampa de sentirte superior por tus habilidades?
* ¿Cómo muestras en tu vida que tu valor proviene de Dios y no de tus logros?
Diaconisa Noemí Guerra
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