Moisés cuidaba las ovejas de Jetro, su suegro, que era sacerdote de Madián, y un día llevó las ovejas a través del desierto y llegó hasta Horeb, el monte de Dios. Allí, el ángel del Señor se le apareció en medio de una zarza envuelta en fuego. Moisés miró, y vio que la zarza ardía en el fuego, pero no se consumía. Entonces dijo: «Voy a ir y ver esta grande visión, por qué es que la zarza no se quema.» El Señor vio que Moisés iba a ver la zarza, así que desde la zarza lo llamó y le dijo: «¡Moisés, Moisés!» Y él respondió: «Aquí estoy.» El Señor le dijo: «No te acerques. Quítate el calzado de tus pies, porque el lugar donde ahora estás es tierra santa.» Y también dijo: «Yo soy el Dios de tu padre. Soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob.» Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios.
Éxodo 3:1-6
La historia de Moisés y la zarza ardiente me consuela, porque es un milagro muy gentil. ¡Esa no es la forma en que me imaginé que Dios se le presentaría al futuro líder de su pueblo! Yo esperaba truenos y relámpagos, nubes y fuego; de hecho, esperaba algo muy parecido a lo que pasó más adelante en el Monte Sinaí, en la historia de Moisés.
Pero eso no fue lo que Dios eligió para su primer encuentro con Moisés. Él eligió un arbusto. No un árbol, no un cedro majestuoso o una elegante palmera. No, escogió un arbusto ordinario, y luego le prendió fuego. Pero tampoco era un fuego rugiente: no producía un calor sofocante, ni una lluvia de chispas. Parecía que el arbusto se iba quemando silenciosamente en un rincón a la vista de Moisés, y que a Moisés le tomó un tiempo notarlo; todo estaba en silencio.
E incluso después de notarlo, Moisés no sintió la necesidad de mirar más de cerca hasta que se dio cuenta de que no se estaba quemando ni deshaciendo como un arbusto normal. De hecho, parece que sus primeros pensamientos fueron: «Esto es raro. Voy a mirar más de cerca». Y entonces Dios lo llama y se presenta.
Esto es muy similar a lo que Dios hace por nosotros en Jesús, ¿no crees? Él viene a nuestro mundo no como un gran rey o guerrero o como un superhéroe, sino como un pequeño bebé. ¿Quién podría tenerle miedo a un bebé? ¡Había que mirar con mucho cuidado para ver el fuego de la deidad ardiendo dentro de ese bebé! Pero allí estaba, presentándosenos a nosotros, los seres humanos a quienes vino a salvar.
Sin embargo, hay una clara diferencia entre la forma en que Dios se le presentó a Moisés y la forma en que Dios se nos presenta a nosotros. A Moisés Dios le dijo: «No te acerques; quítate las sandalias de los pies, porque el lugar en el que estás parado es tierra santa». Pero a nosotros Dios nos dice: «Vengan a mí todos ustedes, los agotados de tanto trabajar, que yo los haré descansar… Dejen que los niños se acerquen a mí… Yo soy el pan de vida. El que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás… Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no lo echo fuera» (ver Mateo 11:28, 19:14; Juan 6:35, 37).
En Jesucristo, Dios se ha acercado a nosotros, ha sufrido, muerto y resucitado de la muerte, todo por nosotros. No debemos tenerle miedo. Él es gentil y misericordioso con nosotros, y nos ha hecho suyos.
ORACIÓN: Querido Señor, acércame a ti. En el nombre de Jesús. Amén.
Dra. Kari Vo
Para reflexionar:
1.- ¿Le tienes miedo al fuego? ¿Por qué sí o por qué no?
2.- ¿Alguna vez le has tenido miedo a Dios? ¿Por qué sí o por qué no?
© Copyright 2019 Cristo Para Todas Las Naciones
Suscríbete y recibe el devocional diariamente en tu e-mail: