“[Dijo Moisés] El Señor tu Dios hará que surja en medio de ti, de entre tus hermanos, un profeta como yo. A él deberán escuchar, tal y como le pediste al Señor tu Dios el día de la asamblea en Horeb, cuando dijiste: ‘No quiero volver a oír la voz del Señor mi Dios, ni tampoco quiero volver a ver tan impresionante fuego, pues no quiero morir’. El Señor me dijo: ‘Esto que dicen está muy bien. Voy a hacer que de entre sus hermanos surja un profeta como tú. Pondré mis palabras en sus labios, y él les comunicará todo lo que yo le ordene decir. Pero yo le pediré cuentas a todo el que no atienda las palabras que ese profeta proclame en mi nombre”.
Deuteronomio 18:15-19
Hace unos años adoptamos una perra: un pequeño chihuahua plateado llamado Lexi. Lexi era hermosa, pero estaba aterrorizada. Cada vez que nos acercábamos a ella, incluso cuando le ofrecíamos un dulce, la llevaba a esconderse debajo del escritorio. ¡Cómo deseaba poder transformarme en cachorro para hacerle entender!
En el pasaje de hoy, Dios está teniendo el mismo problema con el pueblo de Israel. Cuando lo ven y lo escuchan en Su gloria en el monte Horeb, se aterrorizan y creen que van a morir. Entonces le ruegan a Moisés que sea su mediador y les informe lo que Dios dice, para no tener que hacer frente a Su presencia. Y Dios está de acuerdo.
Pero Moisés no iba a vivir para siempre, y Dios ya había planeado algo mucho, mucho mejor que usar a Moisés como mediador. Dijo: «Voy a hacer que de entre sus hermanos surja un profeta como tú. Pondré mis palabras en sus labios, y él les comunicará todo lo que yo le ordene decir». ¿De quién está hablando Dios? De nuestro Señor Jesucristo.
Jesús vino a nosotros como Dios de cerca y pequeño, para que pudiéramos verlo sin aterrorizarnos. Después de todo, ¿quién podría tener miedo de un bebé en un pesebre? Cuando Jesús se convirtió en uno de nosotros, hizo posible que todas las personas se acercaran a Dios. De repente, pudimos escucharlo, mirarlo y hasta tocarlo. Las personas de ese tiempo podían invitar a Dios a cenar. Podían darle a sus hijos para que los sostuviera. ¡Hasta podían discutir con Él!
En Jesús vemos de cerca a Dios mismo. ¿Qué vemos? Alguien que nos ama lo suficiente como para convertirse en uno de nosotros. Alguien que se entregó a sí mismo por nosotros en una vida de servicio, sanación, predicación, enseñanza, cuidado. Alguien que dio su vida por nosotros, sufriendo nuestra muerte y dándonos su vida a cambio. Alguien que se levantó de entre los muertos y que promete llevarnos con Él a la vida y al gozo eternos.
ORACIÓN: Padre Celestial, gracias por darnos a Jesús para que podamos conocerte mejor. Amén.
Dra. Kari Vo
Para reflexionar:
1.- ¿Alguna vez has estado nervioso porque ibas a conocer a una persona importante? ¿Cómo superaste este miedo?
2.- ¿Es más fácil para ti pensar en Jesús cuando oras, o en uno de los otros miembros de la Trinidad? ¿Por qué?
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