¡Vanidad de vanidades! ¡Vanidad de vanidades! ¡Todo es vanidad! […] Yo soy el Predicador, y reiné sobre Israel en Jerusalén. Me entregué de corazón a investigar y a estudiar minuciosamente todo lo que se hace bajo el cielo. Este penoso trabajo nos lo ha dado Dios, para que nos ocupemos de él. Por lo tanto, escudriñé todo lo que se hace bajo el sol, y pude darme cuenta de que todo es vanidad y aflicción de espíritu…
Aborrecí también el haber trabajado tanto bajo el sol, pues todo lo que hice tendré que dejárselo a otro que vendrá después de mí. ¿Y cómo saber si será sabio o necio el que se quedará con todos mis trabajos y afanes, a los que tanto trabajo y sabiduría dediqué bajo el sol? ¡También esto es vanidad!…
¿Qué saca uno de tanto trabajar y fatigarse y afanarse bajo el sol? ¡Todo el tiempo es de dolores, trabajos y molestias! ¡Ni siquiera de noche encuentra uno reposo! ¡Y esto es también vanidad!
Eclesiastés 1:2, 12-14; 2:18-19, 22-23
Puede que te parezca extraño, pero Eclesiastés es uno de mis libros favoritos. Creo que eso se debe a que el autor nos da una imagen clara e intransigente de cómo es la vida sin la gracia de Dios. Se enfoca como un láser en la vida «bajo el sol», la rutina ordinaria de actividades que todos pueden ver y observar el resultado, ya sea que crean en Dios o no.
Y no es una imagen muy feliz. El autor es sabio y poderoso, un rey en Jerusalén. Tiene dinero, fama, poder. Trabaja duro en una gran cantidad de proyectos, pero nunca puede quitarse de la cabeza que algún día morirá. Y cuando eso suceda, ¿quién se quedará con todo?
Tradicionalmente se cree que el escritor de Eclesiastés fue el rey Salomón. Si esto es cierto, Salomón tenía razón al preocuparse. Su hijo Roboam fue el siguiente rey, y era un hombre tan necio que dividió su país en dos.
Y es que nos encontramos con un problema cuando somos muy inteligentes. Es muy difícil mentirse a uno mismo. Puedes tratar de empezar a mentirte a ti mismo, pero antes de que salga de tu boca, puedes ver que no es verdad. Tu sabiduría conduce a una gran infelicidad. Y así le pasa al autor de Eclesiastés.
Después de varios capítulos buscando el significado de todo lo que hay debajo del sol, el autor de Eclesiastés se ve obligado a mirar por encima del astro: a Dios. Él es el único que puede dar sentido real a nuestra vida, porque Él es el único que dura para siempre. Si nuestro trabajo le importa a Dios, si nosotros le importamos a Dios, entonces vemos todo con valor. Si no, todo es un desperdicio.
Y nosotros somos más afortunados que el autor de Eclesiastés, porque sabemos lo que él no sabía: que Dios nos ha valorado tanto que envió a su propio Hijo Jesús a este mundo para rescatarnos de nuestras vidas sin sentido. Si pertenecemos a Jesús nuestro Salvador, quien vivió, murió y resucitó para hacernos hijos de Dios, entonces nuestras vidas tienen valor. Si el Espíritu Santo está obrando a través de nosotros, incluso nuestros fracasos se convierten en bendiciones.
Ahí es donde encontramos nuestra permanencia y nuestro significado: en el Dios que nos hizo, nos redimió y nos valorará para siempre.
ORACIÓN: Señor Espíritu Santo, cuando sea tentado a desesperarme, dame esperanza y confianza en ti. Amén.
Dra. Kari Vo
Para reflexionar:
* ¿Cuál es uno de tus fracasos del que Dios ha sacado algo bueno?
* ¿Es la cruz un ejemplo de fracaso o de éxito? ¿Por qué piensas eso?
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