Tú, Señor, eres mi copa y mi herencia; tú eres quien me sostiene. Por suerte recibí una bella herencia; hermosa es la heredad que me asignaste.
Salmo 16: 5-6
Algunas personas piensan que sus vidas están determinadas por el destino o por la suerte o el azar. Para ellos, la vida es una apuesta, una tirada de dados.
El salmista David está familiarizado con los juegos de azar o, como se le conocía en ese entonces, echar suertes. Pero David sabe que su futuro no es cuestión de azar o suerte. El Señor Dios tiene su suerte, y la nuestra. Dios ya conoce los caminos de nuestras vidas. David expresa un pensamiento similar en otro salmo, diciéndole al Señor: «Todos los días de mi vida ya estaban en tu libro; antes de que me formaras, los anotaste, y no faltó uno solo de ellos» (Salmo 139: 16b).
El pueblo de Dios entendió que el Señor tenía el futuro en su mano. En el antiguo Israel, el Urim y el Tumim, piedras sagradas, a veces se usaban, con oración, para determinar la voluntad de Dios (ver 1 Samuel 14: 41-42). Después de que Jesús ascendió al cielo, los apóstoles presentaron dos candidatos calificados ante el Señor en oración, pidiéndole que eligiera al nuevo apóstol que tomaría el lugar de Judas Iscariote. «Y lo echaron a la suerte, y ésta recayó en Matías. Y a partir de entonces fue contado entre los once apóstoles» (Hechos 1:26).
El echar suertes también jugó un papel en la muerte de nuestro Señor. Mientras Jesús colgaba de la cruz, los soldados se repartieron su ropa, un acto predicho en las Escrituras: «Echan a la suerte mis vestidos y se los reparten por sorteo» (Salmo 22:18). Parecía que la suerte de la vida de nuestro Señor no caía en lugares agradables. Jesús fue condenado y clavado en la cruz. Murió y fue enterrado. Algunas de las personas que observaban, especialmente sus enemigos, pueden haber pensado que su vida había sido simplemente una apuesta, su muerte un giro del destino, sin propósito. Pero la muerte de Jesús no fue un acto fortuito. Por el bien de nuestra salvación, Jesús fue entregado a la muerte «conforme al plan determinado y el conocimiento anticipado de Dios» (Hechos 2: 23a). Dios el Padre retuvo la suerte de su Hijo y lo levantó de la muerte, exaltándolo para reinar en gloria.
El salmista se regocija de que el Señor sea su «herencia», la porción o parte que recibe como legado. Por la gracia de Dios mediante la fe en Jesús, nosotros también tenemos al Señor como nuestra herencia. Mediante la muerte y resurrección de Jesús, tenemos el perdón de nuestros pecados y un hogar eterno en la presencia de nuestro Salvador. La «suerte» de nuestra vida y nuestra herencia han caído en lugares agradables, ahora y por la eternidad.
El Señor no nos ha dicho que echemos suertes para determinar nuestras decisiones en la vida. En lugar de eso, le presentamos nuestras decisiones en oración, estudiamos su Palabra y escuchamos los sabios consejos de los demás, confiando en que Dios tiene el resultado final en sus manos. A través de la muerte y resurrección de nuestro Señor, ya conocemos el resultado final. En Cristo Jesús, tenemos una hermosa herencia. No es una apuesta. Es un regalo.
ORACIÓN: Señor, mi vida en tu presencia es mi herencia. Amén.
Dra. Carol Geisler
Para reflexionar:
* ¿Qué tipo de «heredad» te ha proporcionado Dios?
* ¿Sientes que es cierto que Dios nos ama, o es algo de lo que todavía no estás seguro? ¿Por qué sí o por qué no?
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