[Jesús dijo:] Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto. Ustedes ya están limpios, por la palabra que les he hablado.
Permanezcan en mí, y yo en ustedes. Así como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco ustedes, si no permanecen en mí.
Yo soy la vid y ustedes los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí ustedes nada pueden hacer. El que no permanece en mí, será desechado como pámpano, y se secará; a éstos se les recoge y se les arroja al fuego, y allí arden.
Si permanecen en mí, y mis palabras permanecen en ustedes, pidan todo lo que quieran, y se les concederá. En esto es glorificado mi Padre: en que lleven mucho fruto, y sean así mis discípulos.
Juan 15:1-8
En el patio trasero de nuestra casa tenemos una parra. Crece sobre una pérgola y las uvas cuelgan a través del enrejado. Las uvas más altas están a dos metros y medio del suelo, lejos del agua y del fertilizante en las raíces, pero igual crecen y maduran gracias a la savia de la vid que corre por todas las ramas con todo lo que necesitan.
¿Qué pasaría si le cortara una rama? ¿Crecerían esas uvas? Por supuesto que no. Al no estar más conectada a la vid, la rama deja de recibir savia y se seca. No dará más uvas ni servirá para nada.
Jesús es nuestra vid y nosotros somos sus ramas. Su savia corre por nosotros y nos da su vida. Mientras permanecemos en su vid estamos vivos y su savia produce frutos maravillosos en nosotros: obras, palabras, actitudes que muestran el amor y la bondad de Dios hacia los demás, cosas que nunca podríamos producir por nuestra cuenta. ¿Quién querría estar separado de Él?
Tengo un recuerdo vívido de un viñedo en California por el que pasamos a menudo. Había cientos, tal vez miles de enredaderas en total, aunque era invierno, por lo que había muy poco que ver. Pero se podía ver la forma de los soportes sobre los que crecían: era la forma de una cruz. Y esa es la misma forma sobre la que crecemos nosotros: la cruz donde Jesús entregó su vida para darnos vida y perdón. Ahora nuestras vidas reflejan esa forma amando y honrando a nuestro Señor que murió y resucitó por nosotros.
ORACIÓN: Señor, envía tu vida a través de mí, tu rama, y hazme fecundo para ti. Amén.
Dra. Kari Vo
Para reflexionar:
* ¿De qué maneras específicas te da Jesús su vida?
* ¿Alguna vez has tenido que hacer algo muy difícil y le has pedido al Señor que lo haga a través de ti?
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