Todo me está permitido, pero no todo me conviene. Todo me está permitido, pero no permitiré que nada me domine (…) ¿Acaso ignoran que el cuerpo de ustedes es templo del Espíritu Santo, que está en ustedes, y que recibieron de parte de Dios, y que ustedes no son dueños de sí mismos? Porque ustedes han sido comprados; el precio de ustedes ya ha sido pagado. Por lo tanto, den gloria a Dios en su cuerpo y en su espíritu, los cuales son de Dios.
1 Corintios 6:12, 19-20
Pablo está lidiando con un problema común: cuando confundimos permiso con libertad. Tener permiso es creer que podemos hacer lo que queramos, satisfacer cada impulso. Pero la libertad implica un cierto control, ya sea autocontrol o control de otra persona. Y eso es lo que Dios nos ofrece.
Esto lo podemos ver en cada área de nuestra vida. Cuando le enseñamos a un niño a cocinar le damos reglas e instrucciones que por lo general no incluyen un cuchillo y una cocina. Sin esas reglas, nunca tendrá la libertad de hacer tacos, costillas o la cena de Navidad; solo podrá hacer un lío (¡y tal vez una visita al hospital!).
De la misma manera, cuando uno aprende a conducir memoriza las reglas de tráfico y luego pasa un examen. Solo entonces podemos conducir libremente a la playa, a la casa de un amigo o incluso al supermercado. El control es lo que hace posible la verdadera libertad.
Cuando se trata de nuestra vida personal, tratar de vivir completamente libre de todo control es un desastre garantizado. Lo vemos a nuestro alrededor: vidas arruinadas por adicciones, relaciones rotas, roces con la ley, oportunidades perdidas. Pablo llama a eso ser esclavo del pecado y rebelde contra Dios. Es cierto que en eso hay una especie de «libertad», pero es una libertad que nadie en su sano juicio querría. Es una libertad ser infeliz y afligido, probar placer tras placer, nunca estar satisfecho, pasar la vida buscando no se sabe qué, hasta que morimos y todo está perdido. ¿Quién quiere esa libertad?
Contra eso, Jesús nos ofrece verdadera libertad. Con su sufrimiento, muerte y resurrección, Jesús rompió los lazos que nos mantenían esclavizados al mal, nos rescató con su propia vida y nos ofrece ahora la oportunidad de regresar a Dios, ya no como esclavos, sino como hijos libres y amados. Es la libertad de llegar a ser todo lo que Dios soñó cuando nos creó para vivir con la fuerza, el gozo y la paz profunda de los hijos de Dios. Es la libertad de hacer el bien, no porque alguien nos obligue a hacerlo, sino porque queremos hacerlo, porque eso nos hace felices a nosotros y a Dios. Es la libertad de ser verdaderamente humano. La oferta de Jesús está abierta: todo lo que tenemos que hacer es recibirla.
ORACIÓN: Querido Señor, quiero vivir como tu hijo libre. Dame la ayuda de tu Espíritu Santo. Amén.
Dra. Kari Vo
Para reflexionar:
1.- ¿Qué cosas te impiden vivir en la libertad de Dios?
2.- ¿Cómo saben los demás que vives en la libertad de Dios?
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Editado por CPTLN – Chile / MGH
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