Y al entrar Jesús en el templo comenzó a echar de allí a los que vendían y compraban en su interior. Volcó las mesas de los cambistas y las sillas de los que vendían palomas, y no permitía que nadie atravesara el templo llevando algún utensilio; más bien, les enseñaba y les decía: «¿Acaso no está escrito: “Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones”? ¡Pero ustedes han hecho de ella una cueva de ladrones!».
Marcos 11:15b-17
Al observar a Jesús echando a los compradores del templo, es válido preguntarnos si fue justo. Después de todo no es que hubieran establecido un mercado de animales en el templo. Simplemente habían aprovechado la situación. ¿Por qué penalizarlos? Pero por otro lado, si nadie les compraba esos animales, el mercado iba a tener que cerrar. Que el mal continuara dependía de que los compradores lo permitieran.
¿Qué pasa con las situaciones que nosotros permitimos, con los males que continúan porque, de alguna manera, nosotros contribuimos con dinero, tiempo o atención? Jesús no nos va a excusar tan fácilmente como lo hacemos nosotros, cuando pensamos: “Sé que esto es malo, pero si no lo compro, veo, leo o disfruto, otros lo harán. Entonces, ¿por qué no hacerlo?”.
Jesús no nos va a excusar, pero sí nos va a perdonar. Él envía su Espíritu Santo a nuestro corazón para quitarnos la codicia y la pereza, para enseñarnos cuando estamos confundidos, para cambiar nuestros corazones para que sean más como el suyo. Y lo hace porque ha pagado un precio muy alto por nosotros: su propio sufrimiento y muerte en la cruz. Él nos ama demasiado para permitir que sigamos involucrados en el mal. Por eso nos limpia y nos da la vida eterna.
ORACIÓN: Señor, escudriña mi corazón y límpialo para ti. Amén.
Para reflexionar:
1.- ¿Crees que los compradores entendieron por qué Jesús los expulsó?
2.- ¿Qué males aparentemente inocentes hacemos hoy posibles con dinero, tiempo o atención?
3.- ¿Hay un área en tu vida que te gustaría que Jesús limpiara?
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