La voz me dijo: «Hijo de hombre, ponte sobre tus pies, que voy a hablar contigo». Tan pronto como me habló, el espíritu entró en mí y me hizo ponerme sobre mis pies, y oí que el que me hablaba me decía: «Hijo de hombre, voy a enviarte a los hijos de Israel, un pueblo rebelde. Hasta el día de hoy, tanto ellos como sus padres se han rebelado contra mí. Así que yo te envío a gente de rostro adusto y de corazón empedernido. Y les dirás: «Así ha dicho Dios el Señor». Tal vez te harán caso. Pero si no lo hacen así, porque son gente rebelde, siempre sabrán que entre ellos hubo un profeta»».
Ezequiel 2: 1-5
La lectura que tenemos para hoy nos habla de cómo Dios llamó a Ezequiel para que sirviera como su profeta. Pero usó una forma muy extraña de llamarlo, al menos en mi opinión. No fue nada alentador. Dios le dice: «Voy a enviarte a los hijos de Israel, un pueblo rebelde (…). Tanto ellos como sus padres se han rebelado contra mí». Dios usa palabras como «insolentes» y «rebeldes» para describirlos, y le advierte a Ezequiel que simplemente pueden decidir no escuchar. ¡Esto no es exactamente lo que quieres escuchar en tu primer día de trabajo!
No es de extrañar que Ezequiel se sintiera desanimado. Pero lo que sí es extraño es que, para los que leemos esta historia hoy, el pasaje está lleno de aliento. Porque ¿qué nos quiere decir el pasaje? Nos quiere decir que nuestro Dios es un Dios que no se rinde; incluso cuando nosotros nos rebelamos contra él, Él viene a buscarnos. Él envía profetas y maestros para alcanzarnos. Él sabe que probablemente no lo escucharemos o no le haremos caso, pero sigue intentándolo de todos modos. No hay ningún lugar al que podamos ir donde Él no vendrá tras nosotros, llamándonos de regreso a casa.
Y vemos esto aún más claramente en Jesucristo nuestro Salvador. En Jesús, Dios mismo vino al mundo para encontrar y salvar a su pueblo rebelde. Dios no llamó profetas ni maestros; Dios mismo vino, como un bebé en un pesebre, como un Hombre que camina por los caminos de Palestina, un Hombre colgado de una cruz. Dios luchó contra los poderes del pecado y la muerte en nuestro nombre y ganó. Y ahora nos hemos convertido en el pueblo perdonado y liberado de Dios, ya no en rebeldes sino en hijos amados, participando de la resurrección y la vida eterna de Jesús.
ORACIÓN: Señor, gracias por nunca rendirte conmigo. Amén.
Dra. Kari Vo
Para reflexionar:
* ¿Qué haces cuando pierdes la paciencia con alguien?
* ¿Qué haces para seguir amando a alguien aunque te esté volviendo loco?
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