Procura con diligencia presentarte ante Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse y que usa bien la palabra de verdad. Pero evita las palabrerías vanas y profanas, porque más y más conducen a la impiedad y su palabra carcome como gangrena…
(2 Timoteo 2:15-17a).
Hace un tiempo, cuando nuestra hija Lizzie estaba aprendiendo a manejar, con alegría iba a hacer los mandados que le pedíamos, manejando con mucho cuidado. Un buen día, al entrar al garaje, en vez de apretar el freno apretó el acelerador ¡y atropelló mi maleta de viaje! La pobre maleta quedó desfigurada y no sirvió más. Me tocó comprar otra.
La fe cristiana es la confesión de que Jesús es el único Salvador del mundo, confesión que podemos hacer gracias a la obra del Espíritu Santo por medio de la Palabra de Dios. Pero si no andamos con cuidado, podemos terminar atropellando la fe de las personas que nos rodean. La Biblia tiene dos grandes doctrinas: Ley y Evangelio. Es crucial distinguir claramente entre ellas, así como distinguimos entre el acelerador y el freno del auto, para entenderla y aplicarla correctamente.
La Ley nos enseña lo que debemos hacer y no hacer; nos muestra nuestro pecado y la ira de Dios, mientras que el Evangelio nos enseña lo que Dios ya ha hecho, y sigue haciendo, por medio de Jesús, para salvarnos, trayéndonos así su gracia y favor. Entonces, debemos proclamar la Ley a todas las personas, pero especialmente a los pecadores impenitentes, que se niegan a arrepentirse. Y debemos proclamar el Evangelio a todos los pecadores penitentes que sienten tristeza por sus pecados.
En el pasaje de hoy, Pablo le recuerda a Timoteo y a sus compañeros pastores que deben permanecer enfocados en su tarea de proclamar la palabra de Dios. Tú y yo también debemos tomar ese consejo como parte del sacerdocio de todos los santos y controlar lo que decimos. Cuidémonos de no atropellar a alguien apretando el acelerador en vez del freno, confundiendo la Ley con el Evangelio.
Padre, perdónanos cada vez que atropellamos la fe de otros por nuestra falta de diligencia, y ayúdanos a evitar las palabras vanas y profanas. Amén.
Para reflexionar:
* ¿Cómo haces para discernir entre la Ley y el Evangelio en tu vida diaria, evitando así «atropellar» la fe de quienes te rodean?
* ¿Cuál es tu enfoque al proclamar la palabra de Dios a los demás? ¿Te esfuerzas por equilibrar la presentación de la Ley y el Evangelio, o a veces te encuentras apretando el acelerador en lugar del freno?
Diaconisa Noemí Guerra
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