Cuando Pedro los vio, les dijo: «Varones israelitas, ¿qué es lo que les asombra? … El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, que es el Dios de nuestros antepasados, ha glorificado a su Hijo Jesús, a quien ustedes entregaron y negaron delante de Pilato, cuando éste ya había resuelto ponerlo en libertad. Pero ustedes negaron al Santo y Justo, y pidieron que se les entregara un homicida. Fue así como mataron al Autor de la vida, a quien Dios resucitó de los muertos. De eso nosotros somos testigos… Por lo tanto, arrepiéntanse y vuélvanse a Dios, para que sus pecados les sean perdonados y Dios haga venir sobre ustedes tiempos de alivio y les envíe a Cristo Jesús, que ya les fue anunciado
(Hechos 3:12-15, 19-20).
Este domingo celebramos el tercer domingo de Pascua, recordando que el arrepentimiento y el perdón de los pecados nos hace puros. Y ningún ser humano puede decir que no necesita arrepentirse. Todos, absolutamente todos pecamos y necesitamos el perdón redentor de Dios que nos purifica.
En Lucas 24:46-47, Jesús resucitado instruye a sus discípulos sobre la necesidad de su sufrimiento, muerte y resurrección, y cómo el arrepentimiento para el perdón de pecados debe ser proclamado en su nombre a todas las naciones. Siguiendo este mandato, Pedro predica a la gente de Jerusalén, confrontándolos con su pecado y llamándolos al arrepentimiento. Pedro también nos exhorta a nosotros a elevar nuestros corazones hacia Dios y reconocer nuestras faltas para que, a través de nuestro arrepentimiento, nuestros pecados sean borrados y experimentemos tiempos de refrigerio en la presencia del Señor.
A través de este perdón, el Padre nos acoge como sus hijos. Esta verdad transformadora nos llena de esperanza y nos impulsa a esperar en Él. Al abrazar este perdón, somos purificados, asimilando la pureza de Cristo, quien vino sin pecado para quitar nuestros pecados.
Hoy podemos vivir en la realidad de este perdón redentor y ser conscientes de nuestras acciones, abrazando el arrepentimiento como un acto liberador y experimentando la frescura de la gracia divina.
Padre, perdónanos porque con nuestro pecado entregamos y negamos a Jesús, matando así al Autor de la vida, a quien tú resucitaste de los muertos. Por lo tanto, nos arrepentimos y nos volvemos a ti, para que nuestros pecados nos sean perdonados. Ayúdanos a vivir como te agrada, honrando tu sacrificio y compartiendo con otros el regalo de tu perdón redentor. Amén.
Para reflexionar:
* ¿De qué manera se expresa en tu vida el arrepentimiento?
* ¿Cómo afecta tu vida diaria y tus relaciones el saber que has sido perdonado y acogido como hijo de Dios?
Diaconisa Noemí Guerra
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