La batalla que libramos no es contra gente de carne y hueso, sino contra principados y potestades, contra los que gobiernan las tinieblas de este mundo, ¡contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes!
Efesios 6:12
Para mi cumpleaños, fui con mi familia y la familia de una de mis hermanas a la bella playa de Panamá Beach, en Florida. Mi hermana y mi hijo mayor decidieron jugarnos una broma al llenar una botella con agua salada del mar y dejarla en la mesa. Se quedaron esperando a ver quién era el primer tonto que caería en su broma. Fui yo. Estaba sedienta y, sin pensarlo dos veces, abrí la botella de agua y… ¡tuve que escupirla con fuerza! Ellos se morían de la risa y yo tuve que enjuagarme la boca.
Algo no tan gracioso a veces nos pasa con la iglesia. A veces no es lo que esperamos. A veces nos sabe a agua salada en vez de refrescarnos.
Si las personas de tu iglesia te han herido, te pido disculpas en nombre de ellos. No debería ser así. Pero la lectura de hoy nos recuerda que nuestra lucha no es contra gente de carne y hueso.
No debemos esperar que la vida en la iglesia sea de continua paz y armonía. No en esta vida. La iglesia actual está enfrascada en una lucha continua con Satanás y sus huestes del mal, porque él ataca desesperadamente al pueblo de Cristo, que es la Iglesia militante, compuesta por humanos imperfectos como tú y yo. Es imposible que no nos lastimemos de vez en cuando.
Pero la iglesia existirá siempre y vencerá. El Espíritu Santo la preservará y la mantendrá con Cristo hasta que él regrese, y celebrará la victoria final sobre Satanás y las fuerzas de las tinieblas. Seremos entonces la Iglesia Triunfante. Esa sí que no sabe a agua salada. Es agua fresca y perfecta.
Mientras esperamos, tomemos el agua viva de Jesús y levantémonos con fe. No pongamos nuestra mirada en seres humanos ni en las huestes espirituales, sino en el Perfecto Cristo.
Padre nuestro, gracias por el sacrificio de Jesús, que nos da el agua viva de tu perdón y nos capacita para enfrentar las batallas espirituales. Amén.
Para reflexionar:
* ¿En qué aspecto de tu vida estás permitiendo que experiencias desagradables afecten tu relación con Cristo?
* Así como necesitas enjuagar tu boca después de beber agua salada, ¿qué necesitas hacer para enjuagar y limpiar tu corazón y poder abrazar la frescura del perdón y la reconciliación que Cristo te ofrece?
Diaconisa Noemí Guerra
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