[Jesús dijo:] «Si me aman, obedezcan mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Consolador, para que esté con ustedes para siempre: es decir, el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir porque no lo ve, ni lo conoce; pero ustedes lo conocen, porque permanece con ustedes, y estará en ustedes. No los dejaré huérfanos; vendré a ustedes. Dentro de poco, el mundo no me verá más; pero ustedes me verán; y porque yo vivo, ustedes también vivirán. En aquel día ustedes sabrán que yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en mí, y que yo estoy en ustedes. El que tiene mis mandamientos, y los obedece, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo lo amaré, y me manifestaré a él»
(Juan 14:15-21).
Este domingo celebramos la víspera de Pentecostés y recordamos que nuestro Señor nos hace su pueblo santo y nos sella con su Espíritu. Con esta lectura de hoy mi mente se remonta al monte Sinaí, donde Dios selló su pacto con Israel, estableciéndolos como su pueblo especial. Y hoy, como creyentes, experimentamos algo igual de extraordinario.
En estos días, Dios nos habla a través de su hijo Jesús, quien vino al mundo a cumplir la Ley y sellar un nuevo pacto con su sangre derramada en la cruz. Así nos hizo su pueblo, su posesión preciada, y nos dio un Consolador: el Espíritu de verdad, quien nos acompaña siempre, nos ayuda en nuestras debilidades, intercede por nosotros y nos llena de confianza. Ya no somos huérfanos, sino amados y cuidados por nuestro Padre celestial. Él está con nosotros siempre.
Reflexionemos en lo maravilloso que es recordar que, a través de la fe, el Espíritu nos lleva a amar a Dios y a obedecer sus mandamientos, y demos gracias porque no nos dejó huérfanos. El mundo no lo ve, pero nosotros sí lo vemos en sus Sacramentos y en su Palabra; y porque él vive, nosotros también viviremos. Sabemos que Jesús está en el Padre y que nosotros estamos en él, y él está en nosotros. Somos su pueblo, sellados y guiados por su Espíritu, viviendo con confianza en sus promesas.
Padre celestial, gracias por sellarnos como tu pueblo santo y por regalarnos tu Espíritu, quien está con nosotros siempre. Guarda nuestros corazones de descuidar tu Palabra, para que podamos permanecer en comunión contigo. Amén.
Para reflexionar:
* ¿Cómo cambia tu perspectiva sobre la soledad y el abandono al recordar la promesa de Cristo de que no nos dejará huérfanos, sino que vendrá a nosotros?
* ¿De qué manera te ayuda el Espíritu Santo en tus debilidades? ¿Por qué cosas crees que intercede él por ti con gemidos indecibles?
Diaconisa Noemí Guerra
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