
Pero sabemos que todo lo que dice la ley, se lo dice a los que están bajo la ley, para que todos callen y caigan bajo el juicio de Dios, ya que nadie será justificado delante de Dios por hacer las cosas que la ley exige, pues la ley sirve para reconocer el pecado. Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, y de ello dan testimonio la ley y los profetas. La justicia de Dios, por medio de la fe en Jesucristo, es para todos los que creen en él. Pues no hay diferencia alguna, por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios; pero son justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que proveyó Cristo Jesús, a quien Dios puso como sacrificio de expiación por medio de la fe en su sangre.
Romanos 3:19-25a.
Cuando eras pequeño, ¿te pasaba que salías a jugar y volvías a casa completamente sucio? Regresabas con la cara manchada de tierra, con pedacitos de hierba de pradera con espigas en tu cabello, manchas de hierba en las rodillas y los codos… Y lo más probable es que ni siquiera te dabas cuenta de lo sucio que estabas. ¡Después de todo, no podías verte!
Así que tu mamá o tu papá te llevaban al espejo y te decían: «¡Mira cómo estás!». Y cuando te veías en el espejo, veías cosas que nunca esperaste. ¿De dónde salió todo esto? ¿Cómo te hiciste eso en la cara?
Y ya sabes lo que pasaba después. ¡Te pedían quitarte la ropa sucia e ibas directo a la bañera! Porque quedarse mirando al espejo no solucionaría nada. Solo el agua y el jabón pueden limpiarte.
La Ley de Dios es así. Es un espejo que nos muestra cada punto y mancha en nuestras vidas, incluso las que no sabíamos que teníamos. Pero eso es todo lo que puede hacer. La Ley no puede limpiarnos; todo lo que puede hacer es señalar nuestras faltas y pecados. Necesitamos otro tipo de ayuda.
Y ahí es donde viene Jesús para limpiarnos. Él sabe que no podemos hacerlo nosotros mismos, no importa cuánto nos concentremos en la Ley de Dios, pero Él sí puede. Y lo hace. ¿Cómo? Tomando todo nuestro pecado y transgresión de la ley sobre sí mismo, y llevándolo a la cruz, donde Él se deshace de nuestro pecado para siempre. Él nos lava en el Bautismo, nos da ropas nuevas y limpias y nos viste de bondad y santidad: la buena ropa de sí mismo, para que sea nuestra para siempre. Y finalmente, Él nos da vida: su propia vida eterna, que Él ganó para nosotros cuando resucitó de entre los muertos, para nunca más morir.
Los espejos son buenos y la Ley de Dios es buena. Reflejan la verdad. Pero no pueden cambiar la verdad, cambiarnos a nosotros, o recrearnos como hijos de Dios. Jesús es quien lo hace. ¡Gracias a Dios!
ORACIÓN: Amado Señor, gracias por limpiarme de nuevo, y hacerme tuya para siempre. Amén.
Dra. Kari Vo
Para reflexionar:
* ¿Te gusta mirarte en el espejo? ¿Por qué sí o por qué no?
* ¿Cómo te ve Jesús? ¿Qué ha hecho Él para hacerte hermoso(a) a sus ojos?
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